Por estos días se cumple un año desde que decidí tomarme en serio esto de escribir.
Recuerdo claramente el momento. La Iluminación, si me permitís llamarlo así. Un mediodía de primavera, sentado en un banco de madera frente al lago artificial de un parque a las afueras. El sol centelleaba en el agua, las hormigas desmenuzaban una nube a mis pies, y yo leía a Robert E. Howard mientras salía lentamente de mi pozo de ansiedad.
Unos días antes, trasteando por una tienda, un libro había despertado mi curiosidad desde una estantería. “Aprende a promocionar tu trabajo” de Austin K. Leon. Me fui de allí sin comprarlo, pero le estuve dando vueltas. No se me iba de la cabeza. A los pocos días volví. Por curiosidad. Seguía dándole vueltas.
Finalmente compré el ebook. Es un libro pequeño y simple. Directo. No es perfecto, ni ambicioso. Pero me despertó la pregunta. Me refiero a la Pregunta Fundamental. Así, con mayúsculas.
Siempre he tenido una cierta pulsión creativa, que se ha ido mostrando de diferentes formas al pasar el tiempo. Desde siempre he escrito cosillas, y con cada vez mayor frecuencia iba teniendo ideas, semillas de historias, e iba creciendo mi interés por escribir. Pero me faltaba algo, y no estaba muy seguro de qué era.
Leyendo ese libro me di cuenta de que aquello que me faltaba era formular la pregunta. La Pregunta Fundamental:
“¿Por qué no?”
Así que aquella sencilla pregunta, con sólo 3 palabras entró en mi cabeza, y empezó a emitir una especie de sonido insoslayable. Como el canto de un grillo. Convocando. Importunando. Nunca se iba.
“¿Por qué no?” Yo le daba vueltas pero no encontraba una respuesta.
Así que, días después, durante aquel mediodía soleado, leyendo a Robert E. Howard, me encontré reflexionando sobre aquel tipo. Su estilo dinámico me fascina, pero tiendo a pararme a pensar mientras leo sus historias: en cómo ha escrito esto, en las expresiones desaforadas, teatrales, tan de su época... Pensé en su trabajo, en su pasión: lo imaginaba escribiendo en su rancho de Texas, sentado a su escritorio, solitario, dudando, luchando consigo mismo. Y, eventualmente, perdiendo la batalla. Pensé en su prestigio, en su estilo, en su legado.
Entonces, pensando en todo aquello, llegó la respuesta.
Era otra pregunta.
Como si otro grillo hubiera acudido a la llamada del primero:
“¿Qué tengo yo que perder?”
Se hizo el silencio y vino la luz.
Una luz lejana, pero alcanzable.
Comencé una etapa de aprendizaje, acaparando información. Libros, blogs y podcasts de los que he aprendido. Despacio, con precaución. Redes sociales, imagen, plataforma y herramientas de las que yo no tenía el más mínimo conocimiento.
Me he ido desplazando de forma natural hacia la ficción weird, que, como lector, es mi área de interés, y en la que ya había empezado sumergirme hacía tiempo. De otra manera no tendría la suficiente motivación para construir un blog como éste.
No podría haber empezado esto sin haberme construido antes un personaje. Era necesario. Me da una sensación de seguridad (seguramente falsa). Pero es un instrumento; me considero tímido y reservado, y padezco una pulsión para controlar la información personal que proyecto al exterior.
Sobre la construcción del pseudónimo, no tiene mucho misterio: Bernard es un préstamo de Bernard Traven, el autor de El tesoro de Sierra Madre, de vida azarosa y nombre también fingido. Leman es el nombre del lago suizo a cuya orilla nació la ficción especulativa hace algo más de 200 años. La sigla creo que le da un toque intrigante. Elegí la J. solo porque me sonaba bien. Es un nombre de origen indefinido, aceptable en varias lenguas. Para mí, ya digo, es imprescindible.
Después ha venido el montaje de la web, el blog, los proyectos, las redes sociales, la interacción con autores, la escritura... Echando la vista un año atrás me parece increíble todo esto. A veces siento vértigo. Pero no me detengo, ni pienso hacerlo. Y si no lo hago es gracias a todas las personas que hay detrás de blogs, podcasts, cuentas de redes sociales. Los “likes”, los “follows”, los comentarios, las respuestas, las visitas, son el combustible que me anima a seguir. Son la luz que me permite distinguir la senda por la que debo transitar.
Con esta entrada quiero agradecer la energía que me dan. Un like o un follow pueden parecer poco, pero, creedme, no lo son:
David Gómez Hidalgo, quien me dio la inmensa oportunidad de participar en su blog “Cruce de Caminos”.
Podcasters de los que he aprendido mucho, como Ana González Duque (“El escritor emprendedor”), Darkness Dwells, Lovecraft e-zine, This is Horror, Bizzong, y The Outer Dark.
Blogueros y autores de webs que sigo y que son fuente de inspiración continua: La Nave Invisible, Origen Cuántico, Habitacion 217, La sombra del Kitsune, La Biblioteca de los Malditos, Libros Prohibidos, Chica Sombra, Cuentos para Algernon, Sense of Wonder, Café de Tinta...
Autores y profesionales de talento descomunal y logros inalcanzables, que con inmensa amabilidad han contestado a mis comentarios, atendido a mis reseñas o me prestan atención, como si este pobre escritorzuelo tuviera cosas interesantes que decir: Weldon Penderton, Roberto Bartual, Santi Pagés, Israel Alonso, Hugo Camacho, Francisco Jota Perez…, autores que me deslumbran y que, sólo Azathoth sabe por qué, siguen en la redes sociales a este débil y dubitativo escritorzuelo de pacotilla: la ingeniosa Raquel Froilán, la inmensa Cristina Jurado, el mismísimo Laird Barron, el inconmensurable Jon Padgett, el prolífico William Meikle, el genio Daniel Pérez Navarro, el increíble Tony Jiménez, la inspiradora Alicia Sánchez, la excepcional Rebeca García Nieto, el inimitable Carlos J. Eguren, el sorprendente Marcos Prior… me dejo muchos y de no menor calidad ni admiración. A todos ellos mi más sentidas gracias.
Todos mis locos seguidores, pocos pero escogidos, esos santos que aguantan las repeticiones de mis posts en twitter, le dan algún like a alguno de mis tweets o instagrams, e incluso me retuitean, como si lo que yo dijera tuviera alguna importancia.
A ti, lector, seas quien seas, por leer esto que he escrito.
Y, por último, la gran comunidad de aficionados al género que se expresan a través de reddit (en \weirdlit) y tumblr, medios de los que este humilde diletante se nutre como caldo primordial.
Hace tiempo conocí a un británico en Madrid, que con el tiempo ha acabado convirtiéndose en un buen amigo. En nuestro primer encuentro me contó que uno de sus primeros trabajos fue el de enfermero en la zona de pacientes en estado terminal de un hospital. Conversaba con ellos a diario, y me dijo que lo que más le impactó fue escuchar a aquéllos que vivían sus últimos momentos asediados por remordimientos(1): por aquellas cosas que desearon y no tuvieron agallas para hacer. Después de eso tomó la decisión de venirse a España a perseguir su sueño. Creo que no le va mal: se sustenta razonablemente bien haciendo lo que le gusta, que es la definición más práctica de felicidad que me viene a la cabeza.
Sin las redes sociales, que permiten estas interacciones con gente tan interesante, un tipo mesetario como yo habría terminado como uno de aquellos enfermos terminales, postrado en la cama, escupiendo mis remordimientos al rostro impasible de la Gran Parca. Todo aquello que quise hacer y no tuve ni el conocimiento, ni el ánimo, ni el estímulo para emprender.
Por todo ello os digo, desde mis cálidas y rosadas entrañas:
gracias
Y a seguir dando guerra.
(1) “Regrets”, decía, y nunca olvidaré su mirada ni el sonido de aquella palabra al pronunciarla.