La literatura de terror en 2024. Una visión personal.

Las Navidades pasadas, en una de mis escapadas a la búsqueda de regalos propios y ajenos, recalé en una librería de mi ciudad natal, perteneciente a una conocida franquicia, cuyos estantes centrales estaban abarrotados de novedades y best-sellers en una configuración estética de belleza geométrica y funcional. Esto no es sorprendente en absoluto, dadas las fechas. Lo que es sorprendente es que en una tienda de tamaño medio tengan, al fondo a la derecha, una estantería entera dedicada exclusivamente al género de terror. No al thriller/terror. Ni a la novela negra/terror. Solo al terror. Y que, efectivamente, los libros allí expuestos sean exclusivamente de terror. Hace unos pocos años esto era inconcebible y es una evidencia más de la expansión actual del género.

Esta expansión hay que matizarla, no obstante. No se parece prácticamente en nada al boom anterior del terror (ese de los años 80, el de Stephen King y El exorcista, que con tanta gracia recorre Grady Hendrix en su Paperbacks From Hell). El mercado es muy distinto: lo es desde el punto de vista de la oferta, pero también desde el punto de vista de la demanda. La lectura hoy día tiene que competir con formas de ocio que no existían en los años 80, por no hablar de la sofisticación del marketing y de la cultura de masas.

Pero lo cierto es que sí, existe una expansión actual en el terror. En mi opinión, nunca había habido tanta variedad ni ambición en el género como las que hoy disfrutamos. Es imposible seguir todas las novedades que se publican y en las pantallas tenemos prácticamente no uno, sino varios estrenos de terror cada semana. Qué gozada, ¿verdad?

Es evidente que hay más interés por parte del público. Las causas ya no están tan claras. Dicen que el terror florece en momentos de incertidumbre, y estos ciertamente lo son. Imagino que dentro de unos años, a toro pasado, nos será más fácil analizarlo todo y sacar conclusiones. Por ahora, simplemente disfrutémoslo.

Entre tanta cantidad y variedad, me pareció buena idea hacer una especie de guía o recopilación de lo ocurrido en cuanto a literatura de terror durante el año, en parte inspirado por el resumen anual que Ellen Datlow incluye en sus antologías Best Horror of the Year. Ingenuo que es uno (bendita ingenuidad).

Ya advierto que aquí no está absolutamente todo (aunque sí lo que considero más interesante) y que, por supuesto, yo no he leído todo esto. Ojalá tuviera tiempo y dinero para ello.

Entrando en harina, el acontecimiento más importante del año ha sido, en mi modesta opinión, la publicación de la saga Blackwater, de Michael McDowell, por Blackie Books, en formato de bolsillo con unas portadas preciosas de Pedro Oyarbide. Parece ser que ha funcionado bastante bien.

En cuanto a novelas en español, hemos tenido también una cosecha muy variada. Muchos fantasmas, algo de posesiones, splatterpunk, weird western, terror rural, bastante terror psicológico… y Lovecraft, claro.

A ambos lados del espejo, de Iván Ledesma (Obscura), es una historia que refleja los abusos de las relaciones humanas, envuelta en una feroz crítica a la violencia de género y a nuestra sociedad.

Adeline, de María Solar (Anaya) es una novela juvenil que homenajea a Carmilla, de Sheridan LeFanu, sobre una joven que puede ver a los muertos.

Algo peor que la muerte, de Rayco Cruz (Fundación), es una novela corta sobre un investigador de fenómenos extraños en los años veinte del siglo pasado que se desplaza al pueblo de Arucas siguiendo una pista de brujería.

Amantes espeluznantes, de J. V. Gachs (Dimensiones Ocultas) es una historia de amor y fantasmas a través de una aplicación de citas. Cuidado con el Tinder.

Ante dioses indiferentes, de Iván Ledesma (Dolmen), presenta una historia oscura y coral, llena de fuerzas extrañas que libran una batalla por la supervivencia en un entorno rural y aislado de todo, con reminiscencias lovecraftianas. 

Arde Murcia, de J. M. Sala (Dilatando Mentes) es un recorrido por la región de Murcia en los inicios del 2000, antes de que estallara la burbuja inmobiliaria.

Bering, de Juan de Dios Garduño y Óscar García Morón (Apache) es una novela de terror ambientada en el mar del título con tormentas, bloques de hielo y una extraña criatura marina que convierte la esperanza de la tripulación en una terrible pesadilla, un horror que desafía la razón y la naturaleza misma.

Dinosaurio, de David Pascual/Perfumme (Colectivo Bruxista) es un perturbador cuento pop narrado por un protagonista único que trata de encontrar la paz en un mundo deformado, delirante y cruel.

Donner, de Daniel Pérez Navarro (Dilatando Mentes) es una epopeya de la Nueva Naturaleza, una odisea new weird con personajes legendarios y el estilo inconfundible de su autor.

Duración de un fantasma es lo último de Ismael Martínez Biurrun (Aristas Martínez) una novela corta sobre fantasmas y familias desestructuradas donde no todo es lo que parece, escrita con una maestría fuera de serie.

El amor edípico contra la lujuria sadomasona, de Oriol Vigil Hervás/PLQEI (CJDMP Ediciones) es una grotesca novela de aventuras freudianas donde se desdibujan los contornos del bien y el mal, el amor y el sexo, el dolor y el placer o lo material y lo espiritual hasta volverse irreconocibles.

El gabinete de los cien cajones, de Lluís Rueda (Orciny) es una novela para amantes del terror gótico y del new weird con un toque de Miyazaki y la «primera novela sobre el Bràul, una figura vampírica del folclore cárnico».

El gusano, de Luis Carlos Barragán (Holobionte) es una novela weird colombiana que marca una pauta distinta y altera nuestra percepción desde lo más cotidiano.

El hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas, de Darío Vilas (Apache Libros) cuenta la historia de un hombre retirado en una isla armoniosa que empieza a recibir señales inequívocas, como palpitaciones desde sus entrañas en ebullición.

El Ser, de Lin Carbajales (Dimensiones Ocultas) es una novela lovecraftiana ambientada en Asturias llena de desmembramientos, monstruos descomunales y mucha mala leche, que deja para el recuerdo la invocación a Yog Sothoth en asturiano.

El subterráneo habitado, de Manuel Benito Aguirre, es una novela gótica española de 1830 que ha recuperado la editorial Démeter el año pasado. Una magnífica iniciativa para poner en valor la literatura gótica española, que la hubo, aunque haya quedado sepultada por el paso del tiempo y el desinterés general.

El verdor de las estatuas, de Jesús Gordillo (Apache) nos presenta un encuentro mítico entre una matriarca gitana y su antiguo enemigo, que por algún motivo misterioso no ha envejecido nada en las últimas décadas.

Epifanía, de J. V. Gachs (Dolmen), narra la investigación de una viuda embarazada sobre la muerte de su esposa, que estaba a punto de lanzar un podcast sobre una asesina convicta que siempre defendió su inocencia.

Estación Catorce, de Albert Franquesa (Insólita) nos ofrece un viaje al fin de los tiempos donde vida y muerte, sueño y realidad, principio y final, se entrecruzan y se confunden en un México apocalíptico y turbulento al borde del colapso.

La casa de los cien escalones (Obscura) supone el regreso de David Jasso con la macabra historia de un escritor venido a menos que entabla relación con una escritora aficionada.

La hora de las moscas, de Alejandro Marcos (Plaza y Janés) es un thriller rural que mezcla terror y costumbrismo, en el que espíritus malvados abren una puerta a nuestra realidad y amenazan con invadirla.

La noche de los suicidas, de Pablo Forcinito (Dolmen) es una historia sobre la lucha entre el Bien y el Mal que sintetiza la tradición y lo moderno en un entorno criollo, con referentes como Leopoldo Lugones, Lovecraft o Stephen King.

La noche de Venus, de Rubén Sanchez Trigos (Dolmen) es una novela sobre un reencuentro teñido de nostalgia y una reflexión sobre la monstruosidad.

La novia roja, de Marina Tena (Dolmen) es una novela gótica, exuberante y visceral, que nace como una nueva versión de Barbazul, con portada de Borja González.

La posesión de mi hermana, de Yolanda Camacho (Dimensiones Ocultas) presenta el exorcismo como solución definitiva a los problemas de la adolescencia. Magnífica idea.

Las raíces recuerdan tu nombre, de Aitziber Saldias (Obscura) es una novela de terror rural sobre las maldiciones generacionales y el pesar que arrastran los secretos familiares que dormitan en los rincones de cualquier hogar.

Libélula, de Laura P. Larraya (Apache Libros) nos lleva hasta Pamplona y un asesino en serie inspirado en los mitos de Cthulhu.

Matamonstruos, de Jon Bilbao (Impedimenta) concluye el ciclo iniciado en Basilisco y continuado en Araña. Para el cierre de este juego de espejos entre la realidad y la ficción, el autor retoma personajes de sus libros anteriores, incluidos los de la novela Los extraños.

Mo-ho, de Héctor Peña Manterola (Apache), es una novela de Triángulos amorosos, un homicidio inconfesable y una oleada de desapariciones que serán el preámbulo del verdadero horror.

Por su parte, la protagonista de Naturaleza muerta, de Emilio Bueso (Ediciones B), emprende una nueva vida junto a un pantano valenciano, pero le sobrevienen unas pesadillas perturbadoras. Algo raro ocurre por las noches.

Nuestra señora de la vela, de José Miguel Pallarés es una novela corta que nos propone una historia pesadillesca en el Madrid de los Austrias de principios de este siglo.

Perplejidad. Aleister Crowley en la boca del infierno, de Carlos Atanes (Dilatando Mentes) es una versión alternativa de la historia, en la que nos sumergimos con Crowley en un viaje a través del abismo, los parajes alucinatorios plagados de fantasmas, el reverso inconsciente de la realidad mundana y los sucesivos círculos del Inframundo.

Secretos de sangre, de Víctor Conde y Rayco Cruz (Fundación) habla de oscuros secretos familiares y está ambientada en los bosques de pinos de Gran Canaria, lejos de la civilización.

Sitcom, de Javier Chavanel (Dimensiones Ocultas) se pregunta cómo sería si tu serie favorita de la infancia continuara emitiéndose en algún lugar oculto de la red. La respuesta no es muy eufórica, me temo.

Teoría del Gran Infierno, de Iván Humanes (Pez de Plata) es un artefacto literario repleto de humor negro donde el microrrelato es parte esencial, pero dibuja en su conjunto una obra macabra y alucinada.

Todo pueblo es cicatriz, de Hiram Ruvalcaba (Random House) es una novela debut que, desde la autoficción, transita entre el true crime y el gótico sureño seguido de la crónica latinoamericana y posiciona a su autor como digno heredero de la tradición literaria de las tierras de Rulfo y Arreola.

Tú, Diablo, de David Luna Lorenzo (Dilatando Mentes) es una oscura y descarnada novela que nos brinda una reflexión sobre el poder de las dependencias y sus círculos viciosos, la pérdida de identidad y el deseo de prolongar la vida a cualquier precio.

Una mirada dislocada, de Sam Valuem (Serendipia) explora los laberintos y rincones ocultos de su protagonista, un cartero con un pasado familiar traumático que sufre episodios de amnesia en los que aparece en distintos lugares de la ciudad sin saber lo que ha ocurrido, entrando en una espiral de conductas autodestructivas.

Víctima perfecta, de Albert Kadmon y Ferran Martínez (Pathosformel) es una novela corta splatterpunk aderezada con un ácido humor negro en la que no se deja títere con cabeza.

Visceral, de María Fernanda Ampuero (Páginas de Espuma) es un libro entre la autobiografía, la memoria y la autoficción, una suerte de manifiesto atravesado por la actualidad que viaja a través de los miedos y las obsesiones, de las experiencias y los recuerdos, de los hallazgos y las búsquedas.

Yongüein’s Massacre, de Myke Babylon (Pathosformel) es una novela que «agarra por el gaznate a Big Head y La matanza de los garrulos lisérgicos, y los mancilla en una orgía aderezada con una nueva mitología grotesca, corrupta y bizarra». Y todo ello en la sierra de Gredos.

30 días con el rey del terror, de Enric Pujadas (Dolmen) trata de diez escritores de terror aspirantes que deben pasar treinta días con un autor bestseller en una casa victoriana de Nueva Inglaterra. Todo lo que ocurra en la casa será grabado y compartido en redes sociales. Luego empiezan a desaparecer los concursantes.

 

En cuanto a antologías y colecciones en español la cosecha también ha sido bastante amplia.

Balazo fecundante (Pathosformel) reúne dos relatos splatterwestern de Hank T. Cohen y Stephany Mendez, con estilos depurados al servicio de ricas cosmogonías.

Botas y adoquines (Pathosformel) es una antología antifascista y splatterpunk con textos de Zigor Dewaelle, Nieves Mories, Riot Über Alles y Ximi.

Conocerás el mar, esa ancha tumba, de José Luis Pascual (Eolas) es un canto a lo grotesco, lo horrendo, lo weird, en el que el horror se torna belleza, la oscuridad luz.

Cuentos de amor y muerte, de Daria Pietrzak (Dilatando Mentes) nos trae ocho nuevos relatos de terror de la autora, que incluye notas sobre cada uno de ellos, lo que yo siempre agradezco.

El horizonte del grito, de Maximiliano Barrientos (Lava Editorial) es una colección de relatos extraños. Allí donde finaliza el grito empieza un paisaje inexplorado, uno en cuya densa oscuridad apenas se pueden intuir las sombras de aquello que lo conforma.

Entrañables, de Santiago Eximeno (Eolas) reúne una muestra generosa y representativa de microrrelatos del autor. La inventiva y audacia de Eximeno llegan a lugares adonde pocos se atreverían, aportando pasajes y visiones difícilmente olvidables.

La colección Era de noche y vino un planeta, de Cynthia A. Matayoshi (Holobionte), incluye propuestas a caballo entre la ciencia ficción más especulativa y el terror extraño.

Historias macabras del Japón del siglo XXI, de A. J. Ogayas reinterpreta el folclore japonés fusionando mitos ancestrales con leyendas urbanas y fenómenos de la cultura mediática actual.

La mente del muerto (Apache Libros) es el cuarto volumen recopilatorio de la obra de David Jasso, el maestro del terror en español, coordinado por Patricia Espinosa Sánchez.

La quietud, de Melisa Corbetto (Minotauro), es una antología de relatos de una melancolía espeluznante. La quietud aterroriza.

Las yeguas nocturnas, de Atenea Cruz (Eolas) es una colección de cuentos que exteriorizan los horrores sociales de un contexto que muestra su peor cara, desde un discurso que va de lo fantástico a lo más siniestro con un tono narrativo fresco e irreverente, no exento de sarcasmo.

Lo que se esconde al final de la escalera, de Gemma Solsona Asensio (Eolas) recoge una muestra de las subversiones favoritas de su autora que nos acerca a la magia, al niño-monstruo, a la casa despiadada, para entrar en las regiones de la imaginación desbordada.

Praderas de sangre (Pathosformel) es una antología de western splatterpunk «que te hará vomitar», con abortos augures, demonios escatológicos, doctorados en geotrauma, dioses de la muerte y decapitados.

El tercer volumen de la antología T.Errores, de José Luis Pascual (Dentro del Monolito), titulado Las metamorfosis, presenta historias inspiradas por Franz Kafka, en celebración del centenario de su fallecimiento.

Trazos de terror, de Iris Infantes (Glosolalila Ediciones) incluye relatos donde lo inquietante acecha en cada esquina ensombrecida, desde espíritus vengativos hasta entidades desconocidas.

Un lugar soleado para gente sombría, de Mariana Enríquez (Anagrama) nos trae nuevas historias marca de la casa, donde el mal acecha y los monstruos surgen de pronto en la realidad más cotidiana, en grandes urbes o pequeños pueblos recónditos.

Marcheto, fiel a su cita anual, publicó a finales de año la recopilación de todos los relatos publicados en su web, Cuentos para Algernon. Veo ahí por lo menos tres relatos de terror.

En cuanto a la ensayística en español, 2024 nos ha dejado reflexiones sobre la obra de Kafka en su centenario, monstruos, espiritismo y ferias, entre otras muchas cosas.

El Festival de Sitges de este año ha traído La feria de las sombras (Hermenaute), una antología de ensayos sobre fantasmagorías, fenómenos y circos en el cine de terror, coordinada por Ángel Sala y Jordi Sánchez-Navarro.

Hermenaute también ha celebrado el centenario de Kafka con Kafka, lo kafkiano y el cine fantástico, escrito a cuatro manos por Jonathan Allen y Jesús Palacios.

Por su parte, Encarnar al monstruo. Hacia una nueva imaginación especulativa, de Ana Llurba (Eolas), explora las monstruosidades desde su pasado mítico hasta los principios del poshumanismo y los estudios decoloniales.

Becquer ¿espiritista?, de Montse Ruiz (Démeter) establece la cronología del espiritismo en España, repasa las vidas paralelas de dos poetas coetáneos, Amalia Domingo Soler y Bécquer, y rastrea en periódicos y textos espiritistas las coincidencias entre algunas obras del poeta y la doctrina que codificó Allan Kardec.

Una, grande y rara. Diccionario ilustrado de la España alucinante y alucinada, editado por Fernando Rocha y publicado por La Felguera, es un libro para el asombro o el espanto, la emoción o el horror, dedicado a lo «raro», la anomalía y la extrañeza en nuestro país, un lugar sorprendente, contradictorio, hilarante, sonrojante y violento, que ha producido una extensa galería de personajes raros rarísimos.

Además, la revista online Xenomórfica magazine (Holobionte) ha seguido ofreciendo ideas intrépidas para reflexionar sobre el mundo moderno.

 

En cuanto a revistas en español, Windumanoth nos ha traído entrevistas a John Langan, Nieves Mories, Thomas Olde Heuvelt, Lluís Rueda y Stephen Graham Jones, relatos de Thomas Olde Heuvelt e Iván Ledesma y artículos sobre Cronenberg, monstruos electrónicos o libros malditos.

CÓSMICA CALAVERA, la fabulosa revista cuatrimestral peruana, ha publicado un total de 18 nuevos relatos durante 2024.

Papenfuss, el boletín gratuito valenciano de relatos, ha publicado cuatro números durante el año, manteniendo ese exquisito diseño que los hace tan únicos.

La revista Pulporama también ha publicado cuatro números en 2024, si no me equivoco, abordando temas como la distopía, los objetos malditos y los monstruos reimaginados, además de dedicar un número a los más pequeños de la casa.

Círculo de Lovecraft publicó un solo número el año pasado, que yo sepa, con dos relatos y artículos sobre Ligotti y Robert E. Howard.

Y no podemos olvidarnos de Tentacle Pulp, la revista móvil de relatos pulp.

 

En cuanto a novelas de terror extranjeras, Impedimenta nos ha traído Cada noche a las nueve, de Julian Gloag (1963), brillantemente adaptada al cine por Jack Clayton en 1967, que nos cuenta la historia de los siete hermanos Hook, que tras perder a su madre deciden enterrarla en secreto en el jardín para evitar que los separen.

Dilatando Mentes ha seguido con su intenso ritmo de publicaciones y nos ha traído La decadencia de las cosas delicadas, de Beverly Lee, una historia de dolor y horror sobrenatural con tintes góticos y fantasía oscura que explora cómo la pérdida puede dejar un gran agujero en nuestro interior.

A la caza del hombre del saco, de Richard Chizmar (Dimensiones ocultas) es quizá la novela más celebrada del autor y fue publicada en 2021. Una exploración del true crime y de la ficción de género.

Beulah, de Christi Nogle (Dilatando Mentes), es una oscura novela con elementos sobrenaturales que ahonda en los problemas de identidad personal y en cómo afrontamos el hecho de encontrar nuestro lugar en un mundo en el que no terminamos de encajar.

Cada vez que quedamos en la heladería te explota la puta cara, de Carlton Mellick III (Orciny Press) va justo de eso. Mejor hazle un favor y llévale el helado a casa, Carlton.

También ha llegado en 2024 la edición ilustrada de El horror de Dunwich (H. P. Lovecraft) a cargo de François Baranger (Minotauro). Una chulada.

El hombre sin nombre (La biblioteca de Carfax) es una novela corta de Laird Barron de 2015 sobre un asesino yakuza que recibe el encargo de secuestrar a un luchador retirado de renombre mundial, protegido por un sindicato rival.

El percherón mortal, de John Franklin Bardin (Impedimenta) es una novela de terror psicológico de 1946 que desafía el género. «Un noir seminal en el que perderse de la mano de uno de los grandes maestros del crimen».

El único lugar seguro que nos queda es la oscuridad, de Warren Wagner (Dimensiones Ocultas) es «un grito crudo y primordial de una voz nueva, emocionante e impresionante, en la ficción de terror» (Eric Larocca).

Entre dos fuegos, de Christopher Buehlman (2012), es una novela de corte histórico medieval con trazas de terror y un interesantísimo ejemplo de autoedición en España por parte de un autor extranjero. Esperemos que el modelo funcione y pueda constituirse como una alternativa rentable más de publicación.

Espacios salvajes, de S. L. Cooney (Biblioteca de Carfax) es una novela corta de horror cósmico que habla de lo complicadas que pueden ser las relaciones familiares.

Fruta madura, de Sarah Rose Etter (editorial Horror Vacui) relata el viaje de una mujer milenial a través de este paisaje infernal que es el capitalismo tardío en una start up de Silicon Valley.

Ático de los Libros ha completado la nueva edición de la trilogía Gormenghast, de Mervyn Peake, con Gormenghast, su segunda entrega y Titus Solo, la tercera.

En Gothic, de Philip Fracassi (Dilatando Mentes), le regalan un escritorio de madera esculpida a un autor de terror en horas bajas de los ochenta y eso le cambia la vida. La leí en inglés en su día y me pareció estar leyendo precisamente alguna de aquellas novelas ochenteras a las que hace referencia.

La canción del superviviente, de Paul Tremblay (Nocturna Ediciones) es una novela de 2020 sobre una pandemia con tintes apocalípticos.

La cinta Duncan, de Todd Kiesling (Biblioteca de Carfax) es una novela corta sobre lo que te podía pasar cuando descargabas porno en los 90. Aquello sí que era excitante.

Críptica nos trajo La estancia secreta, de Margaret Oliphant (1876) y, por primera vez completa al español, la novela El aprendiz de brujo, de Hans Heinz Ewers (1909).

La maldición del segador, de Brian McAuley (Dimensiones ocultas) es un slasher sobre el intérprete de un asesino en serie que cuando dejan de contar con él para el reboot de la franquicia hace lo que haríamos cualquiera de nosotros en su lugar.

Las hermanas de la cepa carmesí, de P. L. McMillan (Dilatando Mentes), es una obra cargada de terror y tensión aderezada con ecos de Shirley Jackson, de elementos lovecraftianos y de los ambientes claustrofóbicos de las películas de Ari Aster.

Linaje, de Kealan Patrick Burke (Dilatando Mentes), explora las secuelas que el horror ejerce en los supervivientes, en sus familias y, aunque no nos gusten, en los autores de las masacres.

Linghun, de Ai Jiang (Dilatando Mentes), ganó el Stoker y el Nebula y es una intensa obra cargada de profundidad y humanidad, que trata temas como los lazos familiares, la pérdida, la no aceptación de la muerte, el dolor, la nostalgia, la comunicación y la inmigración.

Los malos, de Melissa Albert (Umbriel), es una novela sobre leyendas locales y diosas misteriosas que explora las complejidades de las amistades semitóxicas y el impacto de los juegos infantiles en la realidad adulta.

Los niños están mirando, de Laird Koenig y Peter L. Dixon (Impedimenta) se adentra en el oscuro mundo de pesadilla de unos niños abandonados a su suerte en la California de la filosofía hippie, las series de acción y la histeria del Satanic Panic. Todo lo que me mola.

Muñeca de huesos, de Holly Black (Puck) es una novela de juegos infantiles, muñecas siniestras y fantasmas.

Páginas arrancadas de un diario de viaje, de Edward Lee (Pathosformel) es una novela splatterpunk con Lovecraft en una feria. A partir de ahí, pasan cosas.

Pinos blancos, de Gemma Amor (Dilatando Mentes), es una novela sobre terror rural y cultos arcanos, deidades arcaicas y secretos ancestrales. Todo lo que nos gusta.

Piñata, de Leopoldo Gout (Harper Collins) incluye venganzas indígenas ancestrales de ultratumba.

Prácticamente Ruth, de Tyler Jones (Dilatando Mentes), es una inquietante obra cargada de secretos, oscuridad y belleza macabra ambientada en el viejo oeste, con estructuras ocultas en los bosques y extraños rituales para hablar con los muertos.

Qué clase de madre, de Clay McLeod Chapman (Runas) es una exploración del dolor parental que combina el horror sobrenatural con suspense doméstico.

Dimensiones ocultas nos ha traído Remate final, de Angela Sylvaine, un slasher molón en un centro comercial.

Sherlock Holmes y los sirvientes del infierno, de Paul Kane (Dimensiones Ocultas) mezcla a nuestro detective friki favorito con los cenobitas. Alguien tenía que hacerlo. Todos sabemos que a Sherlock le va la marcha.

La Biblioteca de Carfax sigue ampliando el catálogo de Jack Ketchum en nuestro país con Temporada baja (Off Season, 1980), una violenta historia sobre caníbales en los bosques de Maine. Una dieta variada siempre es más sana.

The deep, de Alma Katsu (Dolmen Editorial) es una inquietante y psicológica vuelta de tuerca a una de las tragedias más famosas de la historia, el hundimiento del Titanic, y al infortunado viaje de su barco gemelo, el Britannic.

Todas y cada una de las chicas de la curva, de Gwnedoline Kiste (Dilatando Mentes), es una novela de corte sobrenatural y fantasía oscura que explora la protagonista de la leyenda urbana. ¿Quién es esa chica?

Dimensiones ocultas nos ha traído la continuación de la obra de Adam Cesare Un payaso en el maizal 2. ¡Frendo vive! Por cierto, se viene película (de la primera entrega, creo).

Vendimos nuestras almas, de Grady Hendrix, es una historia de rock y terror sobre un miembro de un grupo de heavy metal que rozó el éxito con los dedos hasta que el cantante los dejó tirados, que intenta reflotar la banda. Hay cosas que es mejor dejarlas atrás.

 

En cuanto a antologías en lengua extranjera, en 2024 tuvimos un año tremendamente variado: terrores botánicos, lovecraftianos, ligottianos, body horror, casas encantadas, fantasmas… y lo último de King, claro.

Ahí fuera gritando (Minotauro) es la edición en español del premiado Out There Screaming, editado por Jordan Peele, con relatos de autores y autoras de origen afroamericano.

Al otro lado, de Can Xue (Aristas Martínez), incluye diez historias de una imaginación única que combina elementos de la materialidad china y el pensamiento abstracto occidental, invitándonos a descubrir lo que se esconde al otro lado de la naturaleza humana y los lugares cotidianos que habitamos.

Dilatando Mentes nos ha traído Aquí es donde acabamos las cosas y otras desgracias, de Caitlin Marceau, una serie de relatos de aire sobrenatural que exploran temas como la identidad, la maternidad, la sexualidad o el aislamiento social y emocional.

La biblioteca de Carfax nos trajo Bocadáver (Corpsemouth) de John Langan, que además estuvo en el Celsius, lo que me dio pie a revisar toda su obra publicada hasta la fecha.

Además estuvo en el Celsius Gemma Files, de la que también Carfax nos trajo antología, Ese infinito, nuestro final (In that Endless, Our End), que recoge quince nuevas pesadillas seductoras, escalofriantes y repletas de terror existencial.

Cuentos oscuros (Libros del Zorro Rojo/Minúscula) reúne once cuentos de Shirley Jackson que revelan una mirada penetrante sobre la oscuridad que permea la vida cotidiana, ilustrados por Carmen Segovia.

El Monte de las Ánimas y otras leyendas góticas, de Gustavo Adolfo Bécquer (Valdemar) es la necesaria revalorización del autor español en su contribución a la literatura gótica y reúne sus veinte leyendas fantásticas, ilustradas por Oliver Díaz.

Entre sus otras publicaciones de 2024, La Biblioteca de Carfax ha seguido ampliando su serie de autoras victorianas con El último ramo de flores, que incluye ocho relatos de terror de Marjorie Bowen (1885-1952).

Espiritistas. Breve antología ilustrada de cuentos espiritistas (Démeter) incluye relatos del siglo XIX, transmitidos a Carmen de Burgos, Ángeles Vicente y Amalia Domingo Soler a través de médiums y está ilustrado por Laura Montes. No me digáis que no es interesante.

Gótico botánico (Impedimenta), editada por Patricia Esteban Erlés, reúne relatos de horror con lo más oscuro del mundo vegetal por parte de autores consagrados, como M. R. James, Richmal Crompton, H. P. Lovecraft o Roald Dahl, y escritoras pulp como Mary Elizabeth Counselman, Maria Moravsky o Eli Colter. Con razón dicen que el color del 2024 fue el verde.

La Biblia del bosque amargo y otros relatos, de Angela Slatter (Dilatando Mentes), nos lleva al mundo que ya conocimos en Masa madre (y otros relatos), enriqueciendo el maravilloso universo creado por la autora.

En La desintegración de lo relativo, Kurt Fawver (Dilatando Mentes) vuelve a demostrar lo desbordante de su imaginación y su talento para abordar el género weird desde un nuevo enfoque.

La era del futuro degradado, de Mark Samuels (Valdemar) es una selección de los mejores relatos de Samuels originalmente publicada por Hippocampus Press en 2020. El lector encontrará abundantes referencias a los clásicos de la literatura fantástica, como Machen, Blackwood, M. R. James, Lovecraft o Ligotti.

La mansión de las pesadillas (Valdemar) es una antología de casas encantadas con veinticinco relatos de maestros del terror divididos en cuatro secciones temáticas: Teatro del Miedo, La Noche en Vela, Fantasmas del Pasado, y Poltergeist.

La nada lo es todo (Dilatando Mentes) es una colección con ecos a Shirley Jackson, Alice Munro y Robert Aickman donde Simon Stranzas teje con delicadeza una narrativa inquietante a través de paisajes espeluznantes en lo emocional, cargados de desapego y aislamiento, trazando un recorrido extraño a través de territorios a la vez sombríos y abyectos.

Libro de visitas. Historias de fantasmas, de Leanne Shapton (Comisura) es un libro en el que la artista plástica Leanne Shapton utiliza todos los recursos literarios y visuales  para jugar a reinventar las viejas historias de fantasmas y contiene una galería de relatos inquietantes y divertidos, pero también hondamente conmovedores.

Negro, tal vez, de Attila Veres (Sexto Piso) contiene doce relatos que encarnan el malestar existencial de nuestro tiempo, elogiados por los más grandes autores del género, con prólogo de Mariana Enríquez.

Navidades de miedo (Siruela) se apunta a la tradición anglosajona de los cuentos navideños de fantasmas y nos trae una selección de Juan Antonio Molina Foix con clasicazos de Dickens, Hawthorne, Le Fanu, Maupassant, Chéjov, Pérez Galdós, Conan Doyle, etc.

Orígenes oscuros (Minotauro) incluye dos novelas cortas de indudable estirpe lovecraftiana: «La cólera del vacío», de Richard Lee Byers, y «La puerta de las profundidades», de Chris A Jackson.

Perversas. Nuevas Historias de Body Horror Escritas por Mujeres (Horror Vacui) es una antología editada por Joyce Carol Oates en 2023 (A Darker Shade of Noir) por Akashic Books con relatos de Margaret Atwood, Lisa Tuttle, Elizabeth Hand, Tananarive Due o Cassandra Khaw, entre otras, centrado en la transgresión de los límites del cuerpo humano de formas terribles e insólitas.

Portales a la abominación, de Matthew M. Barlett (Dilatando Mentes) es una colección de relatos interconectados donde caminan los ahogados, sanguijuelas aladas emiten una estática furiosa y la magia negra ensombrece a una población acobardada y presa del pánico.

Críptica ha seguido publicando clásicos del weird a buen ritmo, como la impresionante edición completa de los relatos de género de Charles W. Chambers en seis volúmenes (El rey de amarillo, El hacedor de lunas, En busca de lo desconocido, El árbol del cielo, ¡¡¡Policía!!! y El asesino de almas). El afán completista de la editorial no termina ahí, pues también publicó la primera entrega de los relatos fantásticos de Téophile Gautier (Cuentos fantásticos completos (vol. I)) y la recopilación de todos los relatos del diletante Dyson de Arthur Machen en dos volúmenes: La luz interior y otras historias y Los tres impostores.

Obviamente no puedo ignorar el regreso de Stephen King al relato corto de terror con Si te gusta la oscuridad (You Like It Darker). Aún no lo he leído, pero he oído maravillas de algunos de sus cuentos.

 

En cuanto al ensayo de género extranjero, lo más importante, desde mi punto de vista, ha sido la publicación a finales de año, de Paperbacks From Hell, de Grady Hendrix (Minotauro), un libro imprescindible que los aficionados esperábamos como agua de mayo y que recorre el boom de la literatura de terror de los 80 a través de los libros en tapa blanda que petaron el mercado anglosajón.

También hemos tenido nuestra ración de lovecraftiana con los dos últimos volúmenes de la selección de Javier Calvo de las cartas de Lovecraft con Diario de sueños y El terror de la razón (Aristas Martínez), que recogen respectivamente sus reflexiones en torno al mundo de los sueños y a la humanidad en su relación con el cosmos.

La Felguera nos ha traído De la masticación de los muertos en sus tumbas, un tratado de Michael Ranft (1728) en una edición completamente ilustrada, como viene siendo habitual por parte de esta editorial, donde este pastor luterano hace un minucioso recorrido por las causas científicas de la creencia en los no muertos o los resucitados.

 

En cómics no estoy tan puesto como en literatura, pero sí que he seguido con interés las adaptaciones de Gou Tanabe de las obras de Lovecraft, de las que en 2024 llegaron tres nuevos ejemplos de la mano de Planeta Cómic, que yo sepa: El morador de las tinieblas, En la noche de los tiempos y El horror de Dunwich. Por cierto, Tanabe ahora está publicando en Japón una adaptación libre de las historias de Randolph Carter. Supongo que no tardará en llegar también aquí.

Sé que Hay algo matando niños (Planeta Cómic) ha tenido bastante éxito. Va de desapariciones de niños en una tranquila localidad en el corazón de Estados Unidos. Obviamente, hay algo bastante oscuro detrás, no se han ido a comprar chuches.

Diábolo sigue trayendo los cómics clásicos de terror de EC. En 2024 publicaron el tercer y último volumen de Shock Suspenstories y los dos primeros de The Haunt of Fear.

Lo que más me gusta son los monstruos 2 (Reservoir Books) es la continuación del bombazo de Emil Ferris. La prota del cómic anterior está creciendo y ahora, bajo la tutela de su hermano empieza a descubrir quién es en realidad.

Smiley es un manga de Mitei Hattori (Arechi), una historia de fe y locura, una espeluznante narración de suspense sobre nuevas religiones.

En Nocturnos, de Laura Pérez (Astiberri) la soledad y la inteligencia artificial se hacen hueco en la cama de una mujer que duda si llenar o no el vacío con la irrealidad.

The Midnight Order, de Mathieu Bablet (Nuevo Nueve) es una historia en ocho capítulos sobre la Orden de Medianoche, una sociedad secreta de brujas que protege a la humanidad de monstruos, terrores primarios y fuerzas ocultas.

 

Hay algunas novelas de terror que se han llevado algún premio el año pasado: El lugar invisible, de Lola Llatas (Obscura, 2023) se llevó el Ignotus de novela. Tierra de Meigas (Numak, 2023), de la gran Amparo Montejano, se llevó el Ignotus a la antología. Breve viaje por la España de las brujas, de Clara Dies Valls y Javier Prado (Sugaar Editorial, 2023) se llevó el Ignotus de ensayo y su cubierta, el de ilustración. Mi corazón es una motosierra, de Stephen Graham Jones (Biblioteca de Carfax, 2023) se llevó el Ignotus y el Kelvin 505 a la novela extranjera. Acércate, de Sara Gran (La biblioteca de Carfax, 2023) se llevó el Ignotus a novela corta extranjera. Teseo en llamas, de Beatriz Alcaná (Ediciones del viento), se llevó el Kelvin 505 a novela original en castellano.

Carcoma, de Layla Martínez, estuvo nominada al National Book Award de EE. UU. Publicada allí en abril por Two Lines Press como Woodworm, está gustando mucho y ya la he visto en varias listas de lo mejor del año.

 

En cuanto a las publicaciones en inglés, que ya sabéis que me interesa, lo que más me ha llamado la atención del año pasado es Coup de Grâce, de Sofia Ajram (Titan Books), una novela de espacios liminales en la que un tipo se pierde en una estación de metro sin fin; Horror Movie de Paul Tremblay (William Morrow), sobre el reboot de una película de miedo y cómo afectó a uno de sus protagonistas; The Reformatory, de Tananarive Due (S&S/Saga Press), trata del reformatorio Gracetown (que existió de verdad) y las barbaridades que se cometieron en él, y se ha llevado todos los grandes premios del año en el género; Laird Barron ha vuelto con otra colección de relatos, Not A Speck of Light (Bad Hand Books); Incidents Around The House de Josh Mallerman (Del Rey) es una novela de casas encantadas que sale en todas las listas de lo mejor del año. ¡Ah! Y Jeff VanderMeer ha añadido un libro más, Absolution, a su serie sobre el Área X (MCD).

 

Creo que probablemente nos encontremos en el pico de la actual ola de terror. En cine hemos tocado techo con por lo menos tres obras maestras como Longlegs, La primera profecía y Nosferatu (a falta de ver otras pelis muy bien valoradas como The Devil’s Bath o Smile 2). No creo que 2025 lo supere.

Como podéis ver, ha sido un año muy variado. Si tuviera que identificar alguna tendencia, diría que están volviendo el body horror y el terror religioso, que se consolida el slasher literario, que se empiezan a explorar los espacios liminales y que se consolida la diversidad de voces por parte de colectivos tradicionalmente menos representados. Además, me da la impresión de que cada vez las obras son más divisivas: ¿es porque la obra realmente lo propone o por que ahora se perciben de otra forma? ¿Es acaso la división el signo de los tiempos que vivimos? Me temo que hay un poco de las dos cosas, y puede que alguna más.

¡Larga vida al terror!

 


FUENTES:

-              Newsletter con novedades de género mensuales de Daniel Pérez Castrillón para Windumanoth

-              Web de La Tercera Fundación

-              Páginas web de las editoriales

-              Además, redes sociales, blogs, newsletters de editoriales, etc. Cosas que uno sigue por interés.

Echando un vistazo a 2024

Leía el otro día en un blog que no todas las listas de fin de año son igual de interesantes y que no merece la pena perder el tiempo con aquellas listas que sólo nombran lo ya contrastado y lo fácil. Aunque creo que puede ser bueno recordar qué tienen de meritorio obras ya contrastadas, no puedo dejar de darle la razón. Yo no sé si mi lista tendrá algo de interesante para alguien. Lo que sí puedo decir es que en ella no hay muchas obras contrastadas y fáciles.

Pero dejemos de hablar de listas. Digamos, mejor, que el fin del año (que es un momento tan arbitrario como cualquier otro, pero que representa un ciclo a nivel cultural que no podemos soslayar) propicia revisar todo aquello con lo que hemos disfrutado y que ha llegado a influirnos, de una manera o de otra.

Según Goodreads, he leído 57 libros este año. La cifra es tan exacta como uno quiera, porque mis lecturas son un poco desordenadas e incluyen recopilaciones, relatos sueltos, lecturas parciales, etc. Pero creo que en general he leído bastante más que otros años. Entre todo eso, las lecturas más señaladas serían las siguientes, en ningún orden concreto:

-          La saga Mundodisco, de Terry Pratchett, que en el club de lectura de Librogusano se empezó a leer alrededor de verano. Ya llevamos ocho libros (son 41) y lo que puedo decir es que son divertidísimos, una lectura ágil y llena de agradables sorpresas. De hecho, el último (¡Guardias! ¡Guardias!) lo leí en cuatro días y las últimas 200 páginas me las ventilé en un solo día, que es algo que raramente he hecho.

-          Si tuviera que elegir lo mejor que he leído este año no lo dudaría y me remontaría a enero de 2024: The Cormorant, de Stephen Gregory (1987). El fallecimiento del autor ese mismo mes me animó a leer la que es su novela más conocida, que tuvo incluso con una adaptación televisiva en 1993 protagonizada por un jovencísimo Ralph Fiennes que aún no he podido ver. Es uno de esos libros que crecen y crecen en mi memoria. Una parábola contundente, valiente y directa como un puñetazo en el estómago, de la que ya hablé en mi Substack. Me encantaría verla traducida al español y me alegré mucho al verla mencionada por Will Errickson en el postfacio a Paperbacks From Hell.

-          Siguiendo el hilo, tengo que mencionar aparte al ensayo de Grady Hendrix. Paperbacks From Hell me ha hecho gozar muchísimo y descubrir autores olvidados y locos argumentos que me muero por leer

-          Todos los años dedico alguna lectura al folk horror, normalmente a principios de año. En 2024 fue Starve Acre, de Andrew Michael Hurley, un folk horror tranquilo e inquietante con sesiones de espiritismo y niño malvado. También en mi Substack

-          Nathan Ballingrud es uno de mis autores fetiches y cuando saca libro, ahí que estoy yo para leerlo. Crypt of the Moon Spider salió en agosto y es una maravilla gótica y grotesca. Memorable. Este año saldrá la siguiente novela de esta trilogía gótica lunar, Cathedral of the Drowned, y allí estaré yo para leerla.

-          Wagnerismo, de Alex Ross, es un ensayo que me ha hecho reconectar con muchas cosas que lamentablemente había ido olvidando. Ha sido una de las lecturas más importantes de mis últimos años.

-          Leí La joven parca, de Paul Valery, por primera vez en mi juventud y me fascinó. Este año la he recuperado en una soberbia traducción de Carlos R. de Dampierre y me ha vuelto a fascinar.

-          Leer a David Foster Wallace se está convirtiendo en una tradición veraniega y Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer es otra de sus infecciosas colecciones de ensayos y evidencia de su genio.

-          Historia del ojo, de George Bataille, lo leí también en verano y mi edición incluía un magnífico ensayo de Susan Sontag que me ha hecho reflexionar sobre los puntos en común entre el terror y la pornografía

-          El pájaro y la serpiente, de Borja González es una obra maestra de insólita belleza. Viendo el Nosferatu de Robert Eggers me acordé de este comic varias veces.

-          Este año también he leído toda la obra de John Langan que tenía pendiente con motivo de su visita al Celsius. Bueno, en realidad, no toda, pero sí toda la recopilada bajo su nombre (quedan un buen montón de relatos más recientes que todavía no están reunidos en ninguna colección). Fue una de las grandes lecturas del año. Langan me fascina por muchos motivos. Si tuviera que quedarme con uno de sus libros, en estos momentos elegiría House of Windows, su primera novela. Es un clásico instantáneo de las casas encantadas que creo que no se tiene en toda la consideración que merece. Y es de esas obras que no hace más que crecer en mi memoria.

En cuanto a cine y TV, 2024 ha sido el año en que vi Juego de Tronos, flipé en colores con la trilogía Antes del atardecer de Richard Linklater, descubrí el valor de las creepypastas con las tres primeras temporadas de Channel Zero (me falta la cuarta por ver, todavía), descubrí Martin, de George A. Romero, engullí los documentales de Paradise Lost, aluciné con El abominable hombre de las nieves (Val Guest), me enamoré de Longlegs y revisé maravillado El gabinete del doctor Caligari y Harvey, entre otras muchas cosas que, si alguien le interesa, están en mi letterboxd.

Decía antes que Wagnerismo, de Alex Ross, me ha hecho reconectar con cosas que tenía olvidadas. En 2024 he retomado intereses que había aparcado y creo que este ha sido uno de los acontecimientos más importantes para mí. Estoy intentando empaparme un poco más de arte y música y Substack está suponiendo una  gran fuente de alegrías. Va a resultar que la muerte de Twitter ha servido para algo.

Uno de los viajes que más he disfrutado en 2024 fue Milán. Hay un misterio en los palacios y las iglesias italianas, relacionado con la luz del crepúsculo y los espacios vacíos, que no es posible encontrar en ningún otro lugar. Puro combustible de giallo.

Creo que eso es todo. ¡Larga vida al terror!

El día más frío del año

El banco de sangre del Ramón y Cajal está en el tercer sótano del hospital, pero da a la calle porque el edificio se encuentra en una de las muchas colinas sobre las que está construida toda la ciudad. Antes has tenido que abrirte paso entre el frío de primera hora de la mañana azuzado por un cielo plomizo y te preguntaste por qué diablos tuvieron que citarte precisamente en estas fechas, uno de los días más fríos del año en la ciudad, cuando no había ninguna prisa para ello. Dentro del edificio, el trayecto incluye largos pasillos de un color blanco desvaído con papeles cuarteados pegados en las puertas, máquinas de vending y sillas colocadas sin criterio definido.

Cuando llegas allí no tienes que esperar mucho; no parece haber exceso de donantes de sangre en estos momentos. Enseguida te sentarán en una camilla mullida con sky de color azul y te pincharán el brazo. Te dolerá, no es como una de esas extracciones asépticas y breves que te hacen en ayunas, que apenas notas. Esta aguja te produce una punzada aguda en el hueco del codo que se prolonga durante varios segundos y luego se queda allí, como si te hubieran implantado un palo debajo de la epidermis.

La enfermera te pedirá que abras y cierres el puño para estimular el flujo de sangre. Evitarás mirar a dónde va a parar todo ese líquido, pero, según va pasando el tiempo, buscarás algo en lo que entretenerte y cuando te hayas leído todo el folio con los datos del registro (“Flebotomía terapéutica. Indicación de flebotoma: Poliglobulia Primaria, Poliglobulia Secundaria, Hemocromatosis Hereditaria; Hiperferritinemia secundaria con sobrecarga férrica…”), empezarás a escanear todos los elementos visuales que te rodean, la decoración navideña, las tablas clavadas con chinchetas en las paredes, el mostrador, el armario metálico sobre el que la enfermera colocará el bocadillo que te dan después de la sangría, tu vecino de la izquierda, que está tranquilamente sentado conversando lozanamente con las enfermeras (se le nota veterano en estas lides), y cuando hayas agotado todas las opciones a su alcance, tu mirada se verá indefectiblemente atraída por el aparato situado junto a tu brazo y verás cómo el tubo de color burdeos desemboca después de varias circunvoluciones en una bolsa colocada sobre una balanza que se columpia suavemente de un lado a otro. La bolsa de sangre tiene un color rojo oscuro, óxido apagado, nada que ver con la sangre de las películas ni con el Kensington Gore. Sabes que esa imagen, la de la bolsa color óxido llenándose y balanceándose suavemente, está reptando en ese preciso momento hasta tu inconsciente y aparecerá en alguno de tus sueños futuros, o brotará con cualquier sorprendente asociación en tu cabeza.

La flebotomía no dura mucho. La bolsa se va llenando con vigor (quizá un signo de tu propia vitalidad; te preguntarás si a los ancianos les llevará más tiempo), pero todo el rato sentirás ese palito metido bajo tu epidermis y, llegado un tiempo, la enfermera te dirá que ya está casi a punto y la báscula emitirá un pitido y tú, que estarás deseando acabar, empezarás a notar cómo la vista se te nubla lentamente y pequeños glóbulos grises van multiplicándose primero en el perímetro de tu visión para ir después avanzando hacia el centro hasta formar una fina película como un cristal esmerilado, mientras notas un sudor frío en la cabeza y esa sensación de calor helado por tu piel. Cuando avises a las enfermeras, reclinarán la camilla hacia atrás hasta que tu cabeza sea la parte más baja de tu cuerpo y empezarás a notar cómo la sangre vuelve a ella. También darán la calefacción, una de ellas sacará un abanico que empezará a aplicar frente a tu cara y luego empapará una gasa con un líquido amargo que te acercará a la nariz. Verás que todo eso funciona y que el cristal esmerilado va desapareciendo como el vaho de la luna del coche cuando enciendes la calefacción. Quizá te den un poco de agua. Lo beberás y te ayudará a sentirte mejor. Quizá dejen entrar a tu acompañante, quien te dará la mano y se preocupará por ti. Quizá eso haga que te emociones, últimamente te notas más sentimental y a veces piensas demasiado, y se te humedezcan los ojos. Quizá ella te pregunte si estás bien y solo puedas responder con un movimiento de cabeza, porque sabes que si intentas decir algo vas a hacer que se te salten las lágrimas.

Quizá vuelvas a llorar mientras escribas esto y no entiendas muy bien porqué, quizá sea que te estás haciendo viejo, que en realidad nada de esto importa, solo lo hacen esas personas que tienes a tu alrededor y que te preguntan cómo estás y que te dan la mano cuando te mareas, un gesto nimio pero lleno de significado. Quizá pienses en todas las veces que has llorado siendo adulto, que no son muchas, y en que nunca has sabido muy bien porqué, es un sentimiento que aparece y que no puedes controlar y al que cada vez te gusta más abandonarte. Quizá sea porque el mundo ordenado y metódico de la razón nunca podrá entender el mundo caótico y bullente de los sentimientos, pero a ti te parece que el primero está tomando un tono oxidado últimamente y que el segundo es más cálido y acojedor que antes.

Cuando vuelvas del hospital el frío del invierno te ayudará a espabilarte y a deshechar todas esas ideas tontas, porque la naturaleza es implacable y no entiende de aflicciones. Pensarás que, al fin y al cabo, tampoco fue tan mala idea ir allí el día más frío del año, porque así el viento helado secará tus lágrimas.

Truco

La puerta del viejo podrido tenía un esqueleto.

Guille se paró en seco al ver aquello. No podía ser.

—Espera. ¿Esta no es la casa…?

—Sí —contestó Pedro—. La casa del viejo podrido.

Se miraron, sorprendidos. El viejo podrido nunca celebraba Halloween. Era bien sabido que no soportaba a los niños. Los odiaba, de hecho. A todos, sin excepción. Cuando atravesaba el patio de la urbanización y alguna pelota pasaba cerca de él, su mirada asesina penetraba en el cerebro del pobre lanzador hasta reventar sus sesos imaginarios contra el césped. Y cuando algún niño nuevo cometía la imprudencia de saludarlo al pasar a su lado, el viejo podrido le devolvía una sonrisa torcida cercada de largos dientes oscuros que al pobre ingenuo le provocarían pesadillas durante meses.

El viejo podrido era un hombre alto y delgado y caminaba flotando, en una permanente postura encorvada. Su nariz aguileña colgaba sobre una barbilla que se alargaba de forma inverosímil, como si en cualquier momento fuera a abrirse una segunda boca allí abajo, poblada por los mismos dientes oscuros que se ocultaban tras la cara cuarteada del viejo.

—Entonces, ¿qué? ¿Llamamos? —dijo Jose.

—No jodas. Pirémonos —dijo Diego.

Diego llevaba toda la tarde bastante remolón. De hecho, ni siquiera se había molestado en conseguir un disfraz. Guille iba de granjero zombi. Pedro iba de pirata zombi (con el esqueleto de un pájaro, supuestamente un loro, sujeto a su hombro izquierdo). Jose iba de cirujano zombi. Pero Diego no iba de nada. Se le había olvidado, decía, aunque Guille sospechaba que en realidad lo había hecho a propósito para evitarse el truco o trato de aquel año, porque era el primero en el que lo hacían sin la compañía de su madre, que había ido siempre con ellos. Pero la madre de Diego había muerto de cáncer la pasada primavera y ahora Diego vivía solo con su padre.

Había sido extraño, cuando murió. Fueron todos al tanatorio. Diego estaba allí y se sentó con ellos, pero no aparentaba ser él. Vestía una americana azul oscura. Hablaba con monosílabos y parecía ausente. Jose dijo que estaría tomando pastillas. El padre de Diego lo disculpaba y se lo llevaba hacia el ataúd, pero Diego volvía con ellos en cuanto su padre se despistaba.

Desde aquel día Diego ya no volvió a ser exactamente el mismo. A Guille le daba la impresión de que no se encontraba a gusto en ningún sitio. Aquella tarde, aunque dijo que no tenía disfraz, habían ido a buscarlo a su casa porque hacer truco o trato sin él no era una opción. Entonces Diego pidió permiso a su padre con la boca pequeña y este se lo dio. Aun así, se hizo el remolón, pero ellos habían insistido tanto que se quedó sin excusas.

Esta vez lo hacían solos, sin la compañía de ningún adulto. No obstante, Guille no podía quitarse de encima la impresión de que la madre de Diego los seguía, pero cuando volvía la cabeza no era así. En su lugar había un vacío sin aliento, como una zona descolorida del espacio, entre las paredes de los pasillos que recorrían en su búsqueda de caramelos.

Habían pasado por la puerta del viejo podrido de camino a la casa de algún vecino y obviamente no tenían pensado pararse allí, pero aquella puerta tenía un esqueleto. Y todos sabían lo que eso significaba.

Jose, el cirujano zombi, se acercó a la puerta, con la vista clavada en el esqueleto de plástico, como si no se fiara de él.

—¡Venga, vámonos! —dijo Diego.

Jose no le hizo caso.

—¿Llamamos?

—No sé, tío. Es el viejo podrido —dijo Pedro, el pirata zombi.

—¿Y qué? Tiene un esqueleto. Se puede llamar —dijo Guille, el granjero zombi.

Claro, se podía llamar. Para eso estaban los esqueletos o las lápidas o las telarañas en las puertas. Tú pones una decoración en la puerta para señalar que los niños son bienvenidos en tu casa. Pero tienes que darles caramelos: ese es el trato ¿no? «Truco o trato». Si no repartes caramelos, toca truco. Pero ¿qué es el truco? Si eliges truco ¿qué hay que hacer? Y ¿quién debe hacerlo?

—El viejo podrido nunca ha celebrado Halloween.

—Igual ya no vive aquí —dijo Diego—. Hace años que no le veo.

Los cuatro se miraron. Tocaba decidir.

Sonó el timbre de la puerta. El granjero zombi había apretado el botón. Seis ojos se clavaron en él.

—¿Qué? Joder, no vamos a estar aquí esperando toda la noche, ¿no?

Se oyeron pasos al otro lado. Pies arrastrándose por el suelo. Una mano sobre la hoja de madera. Una respiración. Un destello en la mirilla. Un farfulleo.

—¡Es el viejo podrido, joder! ¡Os lo dije! —susurró el cirujano zombi. El sudor hacía que se le corrieran las salpicaduras de sangre por la frente, pero el gorro y la mascarilla de gasa las retenían.

Llaves accionando ruedas dentadas. Cerrojos descorriéndose. Cerraduras girando.

La puerta se abrió lentamente, dando paso a un estrecho rectángulo de oscuridad del que emergió la cabeza calva y pálida del viejo podrido, inexpresiva como una estatua de cera.

El granjero zombi sintió un escalofrío y tragó saliva. El sonido procedente de su garganta resonó por el vestíbulo y bajó por la escalera hasta llegar al portal y sorprender a una pareja de urracas que salieron volando aterrorizadas de la rama en la que estaban dándose calor mutuamente.

El viejo podrido paseó su mirada de zombi en zombi, con una leve sonrisa, que creció al posar su mirada en Diego, el niño sin disfraz. Sus labios finos como dos cuchillas brillaban bajo los halógenos del descansillo. Detrás de él, la casa estaba completamente a oscuras.

—¿Y bien? —preguntó con una voz cavernosa.

Jose intentó pronunciar la frase, pero solo le salió un carraspeo.

El viejo sonrió un poco más. Guille creyó oir el gemido de unos goznes oxidados mientras lo hacía. También le pareció detectar un brillo dentro, muy dentro, de sus ojos negros, rodeados por un manojo de serpenteantes venillas rosadas.

—¿Truco o trato? —consiguió articular el granjero zombi.

Los cuatro chavales levantaron sus cestas en forma de calabaza para recibir sus caramelos, pero el viejo podrido no se inmutó. Solo sonrió aún más. Los labios como cuchillas dejaron entrever algo oscuro y afilado. Adelantó la cabeza antes de contestar, masticando con delectación cada una de las cinco letras que componían su respuesta:

—Truco.

El granjero miró al cirujano, que miró al pirata, que miró al niño sin disfraz en busca de alguna explicación y, como no encontró ninguna, se volvió al pirata, que miró al cirujano, que miró al granjero, y todos compartieron sus respectivas perplejidades.

El viejo podrido había dicho la palabra. Esa palabra que los privaba de caramelos. Esa palabra que pendía todas las noches de Halloween sobre sus cabezas como una maldición. Esa palabra que nadie jamás se atrevía a pronunciar, ni siquiera en broma.

—¿No tiene caramelos? —dijo un valiente pirata.

El viejo podrido dejó de sonreír y clavó su mirada en aquel niño insolente. Afortunadamente era un pirata zombi y ya estaba muerto, porque si no, lo habría matado al instante.

—Truco —insistió el viejo, volviendo a masticar todas y cada una de las cinco letras.

Los cuatro niños se volvieron a mirar unos a otros, desconcertados.

—No… no sabemos ningún truco —dijo el cirujano zombi.

El viejo podrido posó sus ojos en él. El cirujano perdió el poco pulso que le quedaba.

—¿No? Bueno, pues entonces el truco tendré que hacerlo yo.

El viejo paseó una mano por delante de ellos e hizo unos gestos extraños en el aire. En aquel momento, el cirujano creyó oir un borboteo viscoso; el granjero, un hachazo chirriante; el pirata, un graznido terrorífico; y el niño sin disfraz, un grito de ultratumba.

Dieron un paso atrás. El dedo del viejo podrido recorrió al grupo de zombis, hasta que se quedó quieto, apuntando a uno de ellos.

—Tú.

El cirujano se llevó la mano al pecho.

—¿Yo?

Los otros tres se quedaron mirándolo, expectantes. ¿Qué se suponía que tenían que hacer? ¿Para qué lo había elegido a él?

Antes de que pudieran decir nada, el cirujano desapareció del descansillo como por arte de magia.

 

Todos gritaron. Salvo él, que se vio transportado a un quirófano. Seguía con su disfraz puesto: bata verde, gorra y mascarilla. Pero también llevaba unos guantes de plástico azules y, en su mano derecha, una especie de secador de ese mismo color. Delante de él yacía tumbado un hombre con el pecho descubierto, afeitado y con unas líneas discontinuas marcadas a rotulador sobre su esternón, como el dibujo de una página de recortes. Jose apretó el botón del aparato que llevaba en la mano de manera inconsciente y aquello empezó a vibrar con un sonido similar al de su cepillo de dientes eléctrico. Pero lo que había en el extremo de aquel aparato no era un cepillo. Era una sierra.

—Vamos, doctor ¿a qué espera? No tenemos todo el día.

A su izquierda, una enfermera le sonreía bajo una mascarilla.

—Yo… yo…

—¿Qué pasa? ¿Hay algún problema?

A su derecha, un enfermero le miraba con el ceño fruncido.

—Yo… yo…

—¿Más anestesia?

Detrás del paciente, otra doctora examinaba una pantalla con una línea en color verde llena de montañas y valles que emitía un pitido a intervalos regulares.

Todos le miraban, expectantes.

—Adelante, doctor. ¡Vamos, vamos!

Y Jose se adelantó hacia el hombre dormido y acercó su mano derecha con aquel instrumento que vibraba y que a pesar de todo era extraordinariamente ligero, aunque el hombre seguía dormido, no se despertaba, y todos le observaban, esperando que empezara, así que él acercó la sierra al pecho del hombre y los volvió a mirar y vio en sus ojos que aquello era precisamente lo que esperaban que él hiciera, y Jose cerró los ojos y hundió la sierra en el pecho del hombre, que seguía sin despertarse, no exactamente sobre la línea marcada, sino un poco más a la derecha, y un chorro de sangre salió salpicándoles a borbotones y entonces, ahora sí, empezó a gritar.

 

Cuando volvió a aparecer junto a sus amigos pensó que había sido la fuerza de sus gritos lo que le había devuelto con ellos. En su disfraz había gotas de sangre que antes no estaban allí.

—¿Qué ha sido eso? —gritó el pirata zombi.

—¡No sé! ¡De repente estaba en un quirófano!

—¿Qué está pasando? —gritó el granjero.

—Ha sido él —dijo Diego, con un dedo acusador hacia el viejo podrido—. ¡Larguémonos de aquí!

—Esperad, chicos. Si aún no hemos terminado —dijo el viejo, divertido.

—¡Y una mierda! —dijo el granjero, pero no pudo despegar los pies del suelo. Se le habían quedado clavados.

—Joder, ¿qué pasa?

—No me puedo mover.

—Mierda, esto es cosa suya, ¡seguro!

—¡Suéltenos, joder!

—¿Qué coño hace? ¡Se lo voy a decir a mi madre!

—Ssshhhh, niños. ¡No gritéis! —dijo el viejo, llevándose un dedo arrugado a los labios—. No os podéis ir, porque todavía no ha terminado el truco.

—¡Y una mierda! ¡Suéltenos!

—¡Suéltenos, puto viejo!

Los niños gritaban, agitando los brazos, incapaces de desplazarse de allí. El viejo podrido los miraba con una profunda satisfacción marcada en sus facciones cadavéricas. Con el mismo dedo que se había llevado a los labios empezó a señalarlos, jugando al pito, pito, gorgorito, hasta que se detuvo en uno de ellos.

El granjero zombi dejó de agitarse y se echó a temblar.

—No. ¡No!

—Te toca.

—¡No! ¡NO! ¡NONONONONONONOOOO!

Y, con un toque del dedo sobre el aire, Guille desapareció.

 

Apareció en el centro de una plaza, abarrotada de gente. Era un lugar pequeño, rodeado de edificios de piedra. El cielo estaba cubierto de nubes ominosas y una brisa ligera agitaba su camisa de cuadros. Frente a él había tres chicas, vestidas con trajes regionales y peinadas con elaboradas trenzas.

—Venga, Guille. ¡Es la hora! —dijo una de ellas, señalando más allá, detrás de él.

Se giró y se encontró una escena extraña. Cuatro hombres rodeaban una masa grisácea y bamboleante que se retorcía sobre una gran mesa de madera. Sujetaban con sus brazos lo que parecían ser las extremidades de aquella cosa inmensa. Uno de ellos agarraba otro extremo bulboso, que se agitaba emitiendo unos gritos ensordecedores. A sus pies había un cubo metálico.

Aquello era un cerdo. Un cerdo enorme.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que en su mano derecha portaba un cuchillo. No era un cuchillo grande de carnicero, sino una hoja pequeña y reluciente, con aspecto de estar muy afilada.

Guille se echó a temblar.

—¿Nervioso? —le dijo una de las chicas. Era muy joven, de pelo castaño y voz dulce. El peinado realzaba su belleza, la suavidad de su piel—. Es normal. ¡Es tu gran día, Guille! Venga. Desángralo. ¡Y disfrútalo mucho!

El público, compuesto por gente de todas las edades, jaleaba y aplaudía. Querían su espectáculo.

—¡Venga, chico, que el bicho no para quieto! —gritó el hombre que sujetaba la cabeza del animal.

Guille dudó. El público le animaba, gritaba su nombre. Los hombres que rodeaban al cerdo lo sujetaban con sus brazos tensos como cordeles a punto de reventar. El puerco pataleaba y se cagaba. Sus heces caían con un chapoteo bajo un extremo de la mesa.

—No le hagas sufrir —añadió la chica de pelo castaño.

Él notó una comezón en la barriga. Un cosquilleo. Echó a andar hacia el animal. Sus gritos eran ensordecedores y ya no podía oír los ánimos del público. Sintió un profundo desprecio por el bicho aquel.

Levantó el cuchillo y miró al hombre que sujetaba la cabeza del puerco. Le devolvió la mirada con sus ojos negros perlados de sudor y afirmó con la cabeza, animándole.

Guille levantó el cuchillo, que refulgió bajo las nubes blancas, ensordecedoramente blancas, y lo clavó en la garganta del animal. Un calambrazo recorrió su brazo y encendió su cerebro en un fogonazo. El hombre tiraba hacia atrás de la cabeza del cerdo, estirando toda su garganta para él. El animal profirió un chillido agudo y entrecortado. Guille podía sentir su pánico absoluto, su desconcierto, su confusión, su repulsión. Era fascinante. El chillido penetró en su cabeza y lo desbordó por dentro. Todo lo que había a su alrededor desapareció y solo quedaron ellos dos: niño y cerdo, conectados por el filo restallante del cuchillo. Guille empujó aún más el filo en la garganta blanda. El cerdo tembló y Guille tembló con él. Los dos temblaron y Guille se sintió atravesado de nuevo por un latigazo. Sacó el cuchillo y todo volvió de golpe: el público con una ovación ensordecedora, las chicas con una sonrisa aviesa, los hombres con una carcajada de satisfacción y un chorro de sangre roja que tiñó el filo blanco y puro y cayó con un eco en el cubo metálico. Gotas de rojo vivo salpicaron la mesa y desaparecieron absorbidas entre la porosidad de la madera.

Volvió la vista. La chica le sonreía. Sus ojos azules llenaron su mirada. Guille le devolvió la sonrisa y desapareció.

 

Cuando volvió al vestíbulo sus amigos seguían allí. El viejo podrido, también. Todos callaban. El cirujano zombi miraba al suelo. Guille seguía sonriendo y se sonrojó. Apretaba el puño, pero estaba vacío.

El viejo podrido señaló al pirata.

—Bueno. Ahora tú.

 

A Pedro le pilló por sorpresa y cuando apareció en la bodega del barco exclamó:

—¿Yo?

La gente que tenía a su alrededor le miró, extrañada. Componían un grupo amenazador. Hombres delgados, algunos lisiados, vestidos con harapos, que enarbolaban todo tipo de armas: machetes, rifles, pistolas, cuchillos… pero sobre todo machetes. Muchos machetes.

Formaban un semicírculo a su derecha e izquierda. En su centro, frente a Pedro, tres figuras yacían sentadas en el suelo. Estaban atadas y amordazadas. Un hombre, una mujer y una niña.

Las tres lo miraban aterrorizadas.

Uno de los hombres se acercó cojeando hacia él y le tendió un machete.

—Vamos, capitán. Acabemos con esto de una puta vez.

Pedro lo miró, sin saber muy bien qué hacer.

—¡Vamos, capitán! ¡Vamos, capitán! ¡Grrrrrr!—graznó el esqueleto del loro en su hombro.

«Joder», masculló Pedro. Le temblaban las piernas, pero intentó que no se le notara demasiado, delante de todos aquellos bárbaros.

—¿A quién vas a matar primero, capitán?

—¿A quién? ¿A quién? ¡Grrrrrr!

Pedro los miró. Aquellos tres temblaban más que él.

—Deja a la niña para el final. Déjanosla a nosotros —dijo el tipo que estaba junto al cojo, que tenía un hueco vacío de color marrón oscuro y aspecto pastoso en el lugar que debería ocupar su ojo derecho.

—Vamos, capitán. ¡No podemos dejar supervivientes!

—¡Supervivientes! ¡Supervivientes! ¡Grrrrrr!

Pedro cogió el machete. Pesaba como la mochila del colegio, por lo menos. «Ni de coña se puede matar a nadie con este trasto, ¡vamos, no me jodas!», pensó.

Resopló mientras lo levantaba de nuevo. Los piratas jalearon detrás de él. Estaban sedientos de sangre.

—¡Vamos, capitán! ¡Vamos, capitán! ¡Grrrrrr!

«Cállate ya, puto bicho», pensó. Le hubiera encantado darle un manotazo, pero no se atrevió, con toda su tripulación delante. Las mascotas de los piratas eran sagradas.

Dio unos pasos adelante, sujetando firmemente el mango del arma. Los prisioneros se agitaron y empezaron a farfullar tras sus mordazas, con los ojos muy abiertos. Se acercó a ellos lo justo para alcanzarlos, pero no tanto como para que ellos pudieran darle una patada o algo parecido.

El hombre no parecía muy mayor. Llevaba unas gafas torcidas. Las mejillas se le hinchaban por la presión de la mordaza. Era muy delgado y llevaba una camiseta a rayas («Como Wally», pensó). La mujer llevaba una camisa blanca y pantalón corto de color azul. Pelo moreno y piel bronceada. Lo miraba con una nota de pena. Tenía las manos atadas tras la espalda y con las yemas de los dedos tocaba las de la niña, que sollozaba en silencio detrás de ellos. Tendría unos seis años.

Pedro se dio la vuelta. Los piratas se habían acercado a él con ojos ansiosos, cerrando el semicírculo.

«A quién vas a matar primero, capitán», pensó. Frente a él, en la pared de la bodega, podía ver el mar a través de un ojo de buey. El cielo era de un azul claro y limpio. La superficie del agua, lisa como una cartulina. Nadie hablaba. Solo oía los sollozos de la niña, que le miraba con rencor.

«Deja de mirarme, por favor» pensó, implorándole con los ojos. Pero ella sostuvo su mirada.

El machete cayó de sus manos y se clavó en el suelo de madera.

—¿A quién? ¿A quién? ¡Grrrrrr!

Pedro cogió al puto bicho y lo arrojó por fin al suelo con todas sus fuerzas. Los huesos salieron disparados en todas direcciones con un ruido de xilófono.

El grupo de piratas enmudeció, mirando alternativamente a Pedro, a los huesos desparramados y al machete clavado en el suelo de la bodega.

El cojo dio un paso adelante con su pata de palo y levantó su fusil, apuntando a Pedro.

—¡Motín! —gruñó.

El tuerto, que se había quedado detrás de él, enarcó los labios en una mueca desdentada que pretendía ser una sonrisa.

—¡Motín! —gritó, con un espumarajo de saliva.

—¡Motín! —gritaron todos los demás, levantando sus armas—. ¡Motín! ¡Motín! ¡Motín!

Rodearon a Pedro y lo empujaron por la puerta, hacia la cubierta. Sus pies tropezaron con las escaleras. Miró hacia atrás, lo justo para ver cómo varios de los piratas rodeaban a los cautivos, riéndose de forma maliciosa, antes de perderlos de vista.

La cubierta estaba sucia y oxidada. Era un barco de hierro, lleno de mugre y carente de lustre. Agarraron a Pedro por los brazos y se los ataron a la espalda con una brida de plástico. El cojo iba pegado a él y podía oir su risa de satisfacción junto a su oído derecho y notar su aliento cálido y apestoso en la oreja.

Lo condujeron a la barandilla de popa, justo encima de los motores. El agua giraba en una turbulencia de espuma ahí abajo.

—¿Últimas palabras? —dijo el cojo.

—¿Cómo? —Pedro no se podía creer lo que estaba pasando.

—¿Tienes algo que decir antes de que te arrojemos por la borda, capitán?

—¿Qué? ¡No podéis hacer eso!

—Ah, ¿no? Y ¿por qué no?

—Yo… yo… soy vuestro capitán. ¡No podéis tirarme al agua, joder!

—¡Qué dices! Tú ya no eres nuestro capitán. Nos has traicionado. No vales para esto, chaval. Somos piratas, ¿te enteras? En realidad, estábamos deseando tener una excusa para hacerlo, no te voy a engañar.

—¡No me tiréis! Haré lo que queráis. Te nombraré capitán, si quieres —Pedro no pensaba lo que estaba diciendo, por su boca salía lo primero que se le ocurría con tal de escapar de su destino —. Pero no podéis tirarme. ¡Moriré!

—Pues claro que morirás, pringao. De eso se trata. ¡Jo, jo, jo, jo! —rio el cojo, clavándole la punta del fusil en las costillas, para empujarlo por la borda.

—¡Espera! ¿Qué pasa con ellos? ¿Qué vais a hacer?

El cojo le miró con perplejidad.

—¿Qué vamos a hacer? Joder, qué pringao eres, chaval.

—¡Soltadlos! ¡Tened piedad!

El cojo se echó a reír.

—¡No han hecho nada! ¡Soltadlos! ¡Dejadlos marchar!

—Pero qué sabrás tú, enano.

Dicho eso, lanzó un culatazo a la cabeza de Pedro, que cayó al torbellino de agua y quedó atrapado en los remolinos de la hélice. Su cuerpo giró un par de veces antes de ser engullido por ella y deshacerse en mil pedazos.

 

Cuando volvió al vestíbulo, Pedro todavía oía el rugido del motor en sus oídos. El viejo podrido lo miraba intensamente.

—Pedro, ¿estás bien? —dijo Jose, tocándole el brazo.

—Joder… —contestó, negando con la cabeza.

—Estás pálido. Desapareciste y volviste unos segundos después, pero estás blanco.

—Me arrojaron por la borda y me pilló la hélice.

—¿Qué?

—Joder, yo qué sé. Ha sido horrible.

—Déjenos en paz. ¡Suéltenos! —gritó Guille, intentando levantar sus pies del suelo, sin éxito.

—¡Eso! ¡Ya está bien! ¡Déjenos en paz, viejo estúpido!

—¡Oigan! ¡Ayuda! ¡Ayuda! —Diego empezó a gritar a todo pulmón.

El viejo se echó a reír.

—¡Serás cabrón, puto viejo!

—Gritad, niños. Gritad todo lo que queráis. Nadie va a venir.

—Nos lo pagará. Nos lo pagará, maldita sea. ¡Se va a enterar!

El viejo siguió riendo. Diego gritaba a todo pulmón.

Estuvieron así unos minutos. El viejo los observaba. Guille sollozaba. Diego se cansó de gritar y miraba al viejo con la cabeza gacha.

—Joder, Diego, creo que ahora te toca a ti —susurró Jose.

—¡Cállate, hostia! —dijo Pedro.

Diego levantó la cabeza para encarar al viejo podrido. Había dejado de reír y lo miraba seriamente, como si lo estuviera examinando.

—Venga, viejo, terminemos con esto de una vez.

—No… Diego…

—Y tú, niño, ¿se puede saber de qué vas disfrazado? —preguntó el viejo.

Diego resopló, inquieto.

—De nada, viejo. No tengo disfraz.

—¿No? ¿Y eso? ¿Qué pasa? ¿No celebras Halloween?

—¡Joder, no! ¿Qué más da?

El viejo lo miró sin decir nada.

—No preparé ningún disfraz.

—¿No? ¿Por qué? ¿No te dio tiempo?

—No pensaba salir, ¿vale? No quería salir.

—Ya veo. Son tus amigos entonces los que te han traído aquí. Has venido a regañadientes.

—Yo… no quería salir.

—Pobre niño. Pobre niño perdido. Echas de menos a tu madre ¿verdad?

Diego bajó la mirada y empezó a sollozar.

—¡Ya basta, viejo de mierda! ¡Déjenos en paz! —gritó Guille.

—Si quieres, puedo llevarte con ella.

—¿Cómo?

—Que, si quieres, puedo llevarte con tu madre.

—Está loco. ¡Está loco, joder! —dijo Guille —¡No le escuches!

—¿Quieres? —preguntó de nuevo el viejo, levantando la barbilla, con una sonrisa en el rostro—. ¿Quieres?

—Joder, Diego, no le escuches. Está pirado, tío. Es un psicópata. ¡Es un puto psicópata el viejo este!

Diego pensó un momento. La cabeza le daba vueltas. Era su turno, al fin y al cabo. Le tocaba a él. ¿Qué podía hacer? ¿Dejar que aquel viejo loco eligiera? ¿O probar a volver con su madre? ¿No era eso una oportunidad? ¿Qué tenía que perder? No podría ser peor que lo que habían vivido sus amigos, ¿verdad?

Levantó la cabeza y le miró fijamente a los ojos.

—Vale, viejo. Llévame con mi madre.

—Dicho y hecho, chaval —afirmó el viejo podrido—. Dicho y hecho.

—¡No! ¡No, Diego! ¡No le hagas caso! ¡Está loco!

El viejo chasqueó los dedos.

 

Diego se quedó completamente a oscuras. Desorientado, se giró en todas direcciones, pero algo a su alrededor se lo impedía. Parecía estar encajonado por delante y por detrás. También a su izquierda. Pero a su derecha había algo suave, como un tejido. Y después algo firme y frío, algo denso que podía apartar, aunque no sin cierta dificultad.

Se imaginó cientos de cosas mientras llevaba su mano al bolsillo del pantalón para coger el móvil y conseguir algo de luz. El viejo le había mentido. Dios sabe qué extraña forma de tortura había decidido para él.

Levantando el móvil, encendió la linterna. Funcionaba perfectamente, aunque no tenía ninguna cobertura, como era de esperar, porque se encontraba dentro de un ataúd, con el cadáver de su madre junto a él.

Diego gritó.

 

—Adiós, niños. Un placer. ¡Hasta el año que viene! —dijo el viejo podrido.

Volvió a la oscuridad de su casa y cerró la puerta. El esqueleto de plástico cayó al suelo y en ese momento los pies de los niños se liberaron.

—¿Dónde está Diego? Tíos, ¿dónde coño está Diego?

El hueco que había dejado Diego seguía vacío. Todos se miraron. Sus corazones latían a mil por hora y su piel chorreaba goterones de sudor helado.

—¿Dónde está Diego? ¿Dónde está? ¿Qué ha hecho con Diego? ¡Oiga!

Guille se lanzó contra la puerta y empezó a golpearla con los puños. Los demás le imitaron.

Pronto el vestíbulo se llenó de vecinos, atraídos por el jaleo. La policía llegó poco después. Alguien consiguió abrir la puerta, de alguna forma. Guille se fijó en que el esqueleto de plástico había desaparecido. La casa estaba vacía. Completamente vacía. Ni un solo mueble. Ni una sola persona. Ningún viejo. Ni Diego. Nadie. Alguien les explicó que aquella casa llevaba vacía varios años. Que no había ningún viejo en la urbanización como el que ellos describían. El padre de Diego lo contemplaba todo estupefacto. Le temblaban los labios.

 

El móvil se apagó por fin y, sumido en aquella rancia oscuridad, Diego siguió gritando hasta que recibió el cálido abrazo de la inconsciencia.


NOTAS

Me entusiasma Halloween. Sí, ya sé que es una fiesta importada. A mí me trae sin cuidado. También lo es Navidad y nadie se queja. Una noche para celebrar el terror, cómo no me va a gustar.

Me gusta honrar Halloween de alguna manera. Hay quien publica recomendaciones durante el mes de octubre. Hay quien se lee un relato de terror al día. Hay quien lee novelas dedicadas a la fiesta (las hay, y no son pocas). Así que, pensando en cómo hacerlo, se me ocurrió que sería buena idea escribir un relato de terror ambientado en la festividad para publicarlo el 31 de octubre. La fiesta da mucho juego: el truco o trato, la tradición norteamericana de las casas encantadas, las decoraciones, las tradiciones anteriores, la mitología asociada, etc.

El primer relato tenía que ser algo bastante obvio. ¿Y si un grupo de niños pidieran caramelos en una casa en la que no hubiera trato? ¿Y si se les pidiera un truco? Todo el mundo da por supuesto que, cuando te abren la puerta, hay trato: golosinas, sonrisas y tal. ¿Y si no fuera así?

Inicialmente pensé en una especie de conjuro que hiciera tener visiones espantosas a los niños: un decapitado por aquí, otro horriblemente desfigurado por allá… Pero el tono que estaba adquiriendo la historia, declaradamente bradburiniano, no me casaba con aquella intención, que me parecía más macabra. Por otro lado, los disfraces de los protagonistas los elegí totalmente a voleo, simplemente añadiendo la palabra "zombi" al final. Son los disfraces más fáciles del mundo: añades sangre a la ropa vieja o a un disfraz de tres euros y listo. Tenía lógica. Que todos llevaran el mismo disfraz me parecía muy aburrido, así que inicialmente puse a un pirata, un médico, un granjero y un vampiro (sí, un vampiro zombi; tenía su gracia).

Como el estilo que estaba tomando el relato me gustaba, pero no casaba con mi intención inicial, lo dejé reposar durante algunos días cuando el viejo dijo "truco". ¿Qué iba a pasar a continuación? ¿Cuál sería el truco?

Una noche estaba pensando en el relato y pensé que los disfraces podían ser una buena excusa. ¿Y si ligamos la experiencia de los niños a sus disfraces? ¿Y si el truco consiste en hacerles pasar por experiencias reales propias de esas profesiones o roles? ¿Y eso es lo realmente terrorífico? Aquella idea me gustó mucho. Daba mucho juego. Me fascina el papel que juegan los roles en la sociedad y en la psicología del individuo. Nunca dejo de sorprenderme ante la facilidad con la que nos colocamos el sombrero que toque en cada momento: jefe, empleado, sindicalista, ignorante, experto, graciosillo, político, víctima, verdugo, abusador… A veces resulta enternecedor de contemplar.

Cambié al científico por un cirujano para poder usar un escalpelo. Y al vampiro le quité el disfraz, para dejarlo para el final, hacerle sufrir un poco más y jugar un poco con las expectativas del lector. Al revisar el relato bajo esta nueva luz me di cuenta de que tenía todo el sentido del mundo que el niño sin disfraz fuera el que perdió a su madre. ¡De esa forma podría meterlo en el ataúd! Reconozco que una sonrisilla perversa se dibujó en mis labios.

--Cariño ¿de qué te ríes?

Mi mujer me miraba desde el espejo del baño mientras se lavaba los dientes.

--Oh, de nada. Cosas mías.

Luego una cosa llevó a la otra. Me di cuenta de que jugando con los roles y la inocencia de los niños podía explorar el dilema entre la responsabilidad, lo que se espera de uno y lo que uno quiere o puede hacer. Después de escribir el episodio del cirujano se me ocurrió que estaría bien que el siguiente niño, en lugar de sentirse aterrorizado, disfrutara degollando al cerdo. ¿No sería eso más interesante? ¿Aterrador, quizá? El destino del pirata lo tenía claro. Sería que el que se negara a cumplir con su responsabilidad, lo que le conduciría a la muerte, evidentemente.

La verdad es que este relato salió de forma muy orgánica y no tuve grandes dificultades a la hora de escribirlo. He metido muchos tacos, pero es que creo que hoy en día todos los chavales ya hablan así. Además, me encanta oírselos a la lectura en voz alta del Word (es una de las revisiones que hago a todo lo que escribo. Un placer en cierto modod infantil, por otro lado, ese de oir los tacos en voz alta pronunciados por una voz mecánica). También creo que se debe a cierto espíritu festivo, propio de Halloween. Celebrémoslo, pues, de casa en casa. ¿Quién sabe? Quizá haya algo más excitante que una chuche del Mercadona esperándonos esta noche.

Feliz Halloween, amantes del terror.

Lecturas del año (2ª parte): puestos de honor

Cosas interesantes que no han llegado a los primeros puestos.

En la entrada anterior de este blog comentaba mis mejores lecturas del año 2023. Por el camino se quedaron algunas que no merecen ser relegadas al olvido, porque todas las selecciones son injustas. De nuevo, hay de todo y aquí se refleja el puro gusto personal. Por orden de lectura.

The Cabin at the End of the World, de Paul Tremblay (Harper Collins): la adaptación al cine de Shyamalan despertó mi interés por la novela original. No he visto la peli, pero la obra de Tremblay tiene entidad literaria propia, por que el autor juega con el punto de vista cambiante para ofrecernos una reflexión de máxima actualidad sobre la información y el poder. Mi reseña, entre otras, en este enlace.

Kwaidan, de Lafcadio Hearn (Valdemar. Traducción de Marián Bango): los relatos de Hearn oscilan entre lo exótico e inquietante para derivar, hacia el final del volumen, en una prosa poética llena de ensoñación que recuerda a Lord Dunsany o a los relatos oníricos de Lovecraft. La introducción de Jesús Palacios sobre la vida y obra de Hearn es una gozada, porque la vida de este hombre da para una miniserie.

Bukowski-Schultheiss, de Matthias Schultheiss (La Cúpula. Traducción de Narcís Fradera y Rubén Lardín): un dibujo impresionante, en el que recrearse durante horas, para unas historias secas, duras y jodidas como las vidas de los perdedores que aquí se narran sin romanticismos de ningún tipo.

Las crónicas del sochantre, de Álvaro Cunqueiro (Destino): el viaje del sochantre de una localidad bretona por la Francia revolucionaria acompañado de una hueste de cadáveres. Leer este libro es como comerse un banquete organizado por Grimod de la Reynière.

The Tindalos Asset, de Caitlín R. Kiernan (Tor): tenía pendiente el cierre del Tinfoil Dossier desde hacía un par de años. La novela mantiene la estructura episódica de las dos entregas anteriores. Menos compleja que Black Helicopters, supone un cierre perfecto al arco narrativo iniciado en Agentes de Dreamland (Alianza Runas) y uno se queda con ganas de saber más sobre el universo lovecraftiano distópico que Kiernan ha creado para la serie. Una auténtica lástima que en la editorial española no hayan apostado por continuar la trilogía en nuestro idioma, porque es de lo mejorcito en horror cósmico contemporáneo.

Guía espiritual de Castilla, de José Jiménez Lozano (Ámbito): la historia de España que nadie me había contado. Me hizo sentir asombro y una cierta conexión con una esfera espiritual a la que ya no se presta ninguna atención desde los medios, salvo para hacer los chistes de rigor. Es de esos libros que a uno le da por pensar que deberían estudiarse en los colegios.

The Long Walk, de Stephen King (Hodder & Stoughton): novela de juventud de Stephen King y una de las primeras que yo leí del autor en mis años mozos, a la que volví este verano. Es impresionante cómo King, lejos de amilanarse por el escenario (gente andando todo el rato), lo utiliza para ir aumentando la tensión hasta el clímax final. Uno que escribe se retuerce de envidia viendo lo que el pequeño Estebanito era capaz de hacer.

The Drive-In, de Joe R. Lansdale (Underland Press): en palabras de Brian Keene, el texto fundacional del bizarro. Una novela adictiva y una parábola de la sociedad consumista que habitamos. El rey de las palomitas es uno de esos antagonistas inolvidables. La historia no se cierra y tiene varias continuaciones, que leeré religiosamente. Recientemente se ha editado una antología de relatos en homenaje a este universo. Urge rescatarlo en español.

Boys in the Valley, de Philip Fracassi (Tor): un libro que se devora. Fracassi maneja estupendamente la multiplicidad de personajes (creando algunos de ellos memorables por el camino), la estructura clásica y los cliffhangers para mantenerte pegado al papel.

Hablemos de langostas, de David Foster Wallace (DeBolsillo. Traducción de Javier Calvo): da igual si Foster Wallace te habla durante cientos de páginas de letra apretada sobre la campaña de un candidato republicano por distintas ciudades de EE. UU. o sobre la decadente cadena de radio local o de las tendencias de la lingüística anglosajona contemporánea. Tú te lo comes todo con patatas en un permanente estado de maravilla y quieres seguir leyendo sin parar a Foster Wallace.

El árbol de las brujas, de Ray Bradbury (Minotauro. Traducción de Matilde Horne): Bradbury me condujo por los orígenes de Halloween y por lo mejor de la infancia y de mis lecturas de adolescencia, una vez más. ¿El mejor libro de Halloween? Yo digo que sí.

Haunted Nights, de Ellen Datlow y Lisa Morton (ed.) (Blumhouse Books/Anchor Books): no tenía muchas esperanzas con una antología de relatos sobre Halloween, pero este libro me ha sorprendido gratamente con algunas de las mejores historias de terror leídas este año. Muy recomendable. Mi reseña aquí.

101 Books to Read Before You're Murdered, de Sadie Hartmann (Page Street Publishing): un trabajo de amor por el género contemporáneo anglosajón en un formato fabuloso. Aunque está demasiado escorado hacia las obras más actuales (el 84% de los libros reseñados son posteriores a 2013), todo lo que se incluye en el libro es digno de atención.

Lecturas del año (1ª parte): 10 primeros puestos

Solo algunas frases para cada uno de ellos. Por estricto orden de lectura. Hay cosas de género y otras que no. Puro gusto personal.

Cuatro cuartetos, de T. S. Eliot (Alianza, traducción de José Emilio Pacheco): poesía comprometida, puro desafío. Inabarcable. Una auténtica gozada. Difícil de elegir entre las cuatro o cinco traducciones existentes en el mercado, me decanté por esta, que es lo suficientemente libre como para mantener la métrica cuando importa, pero no tanto como para adulterar el sentido ni las metáforas de Eliot. Además es bilingüe e incluye cientos de notas para explicártelo todo.

Carmilla, de Sheridan Le Fanu (Delphi Classics, Complete Works of Sheridan Le Fanu): ¿qué se puede decir de Carmilla que no se haya dicho ya? Sugerente, inquietante, poética, ebria… Fui buscando una novela corta de vampiros y volví sin saber muy bien qué había leído exactamente, salvo que no quería que se terminara nunca.

El horror sobrenatural en la literatura, de H. P. Lovecraft (Valdemar Gótica, traducción de Juan Antonio Molina Foix): volví a este libro después de haberlo leído hacía muchos años, en mi «primera etapa Lovecraft» y después de haber investigado un poco más sobre la historia de la literatura de terror. En esta ocasión me ha parecido una joya que desmiente algunos de los prejuicios que se le atribuyen, frente a otros ensayos sobre el mismo tema, además de arrojar luz sobre algunas de sus influencias e intereses menos conocidos. La edición se complementa con el «Commonplace Book» y varios ensayos relacionados, como el conocido «Notas sobre la escritura de ficción extraña». Una lástima que el traductor haya elegido trasladar al español el término «weird fiction» como «ficción fantástica», adulterando así la gran aportación que hizo Lovecraft al género identificando la corriente weird, lo que hace que esta versión, modélica en muchos otros aspectos, no termine de acreditar la verdadera importancia que tiene la obra original.

The Strange, de Nathan Ballingrud (Titan Books): ¿por qué no está traducido Nathan Ballingrud al español? Es incomprensible. Estoy por hacerlo yo mismo. Esta ha sido mi lectura favorita del año. Un western fantástico situado en Marte. Una novela de iniciación. Personajes inolvidables. Terror y emoción.

Bohemios del valle de Sesqua, de W. H. Pugmire (Biblioteca de Carfax, traducción de Érica Couto-Ferreira): este libro me hizo volver a mi temprana juventud, cuando leía en la casa de campo mientras los pinos murmuraban bajo la luz de la luna. Después salía a la ventana a fumar un cigarrillo mientras contemplaba las sombras del jardín. El valle de Sesqua se ha convertido en uno de esos lugares míticos donde quedarse a vivir. Pugmire encontró su propia manera para canalizar lo inquietante del paisaje del Pacífico Noroeste. Toda esa franja de la costa oeste de los EE. UU. está teñida de un halo propio de extrañeza que merecería un estudio aparte.

Los vagabundos del dharma, de Jack Kerouac (Anagrama, traducción de Javier Setó): sigo en la costa oeste y regreso a un autor que leí en mi adolescencia, junto a Gingsberg o Burroughs. Qué prosa más valiente. Este libro no lo leí: lo absorbí en grandes bocados, y hacerlo se convirtió en una necesidad vital. Envidié su forma de ver la vida y deseé que al menos una pequeña parte de él se hubiera quedado en mi alma. Pero yo no tengo de eso.

Sir Gawain y el caballero verde, de Pearl (Alianza, traducción de Francisco Torres Oliver): una traducción en prosa y una edición no bilingüe. No me importa porque a estas alturas uno no está para pelearse con el inglés antiguo. ¿Es Sir Gawain la primera novela de terror de la historia? Yo digo que sí: un pilar fundamental para el género, se mire como se mire.

My Heart Is a Chainsaw, de Stephen Graham Jones (Titan Books): reconozco que empecé este libro movido más por el hype y por los clubes de lectura de Librogusano e Iván Ledesma que por otra cosa, y también que sufrí leyéndolo en inglés. Pero aquí está, entre las mejores lecturas del año. Slashers, adolescentes en problemas, un pueblo que oculta inquietantes secretos, gentrificación, seres sobrenaturales, alces, y un final de infarto. Y el estilo de Graham Jones, que es único. Más info en mi reseña en este enlace.

Damnable Tales, con selección e ilustraciones de Richard Wells (Unbound): una selección que recoge relatos folk horror de forma cronológica. Fundamental para conocer las raíces literarias del subgénero. Aquí dentro hay mandanga de la buena, entre otras cosas el primer relato de Robert Aickman que he leído y que me ha enamorado. Creo que en 2024 va a salir un segundo volumen de relatos.

The Beautiful Thing That Awaits Us All and Other Stories, de Laird Barron (Night Shade Books): cuando leí la primera colección de Barron (The Imago Sequence), me sorprendió lo increíblemente bien escrito que estaba, siendo el primer libro del autor. Pues no hace más que mejorar. Este, el tercero, es algo impresionante. Probablemente el mejor en conjunto. El libro que lo consagra como creador de un universo propio en relación con el horror cósmico y con una voz propia. Inquietante, violento y de una riqueza que apabulla. Me ha dejado con ganas de más.

La importancia del horror

Hace unos días el colectivo de aficionados al terror reaccionábamos en twitter a un artículo de El periódico en el que un crítico literario (y escritor) intentaba justificar a su audiencia su idea de que «los grandes maestros de la fantasía y el terror no saben escribir sus libros» (sic).

Después de reflexionar durante unos minutos (y reescribirlo unas cuantas veces) me decidí a lanzar un tweet al respecto con la siguiente opinión (que para eso está twitter ¿no?): «Las obras de Lovecraft, Stevenson o Poe llevan décadas vigentes, siguen influyendo en miles de artistas y autores, pese a sus defectos. Y, con todas sus virtudes, de los libros de ese señor no se acordará nadie».

Y es que de verdad lo creo así. Lo digo, además, desde el mayor de los respetos hacia la obra del articulista, cuya calidad literaria ni se me pasa por la cabeza dudar: sé que estará mucho mejor escrita que cualquier cosa que yo podré escribir jamás. Y lo digo totalmente en serio.

Si es que existiera una manera objetiva de medir la calidad de la escritura, claro está.

Porque ese artículo a mí me despierta muchas preguntas: ¿cómo se mide la calidad de una obra literaria? ¿Existe una forma objetiva de hacerlo? ¿Debe limitarse a cuestiones diegéticas, como se sugiere? ¿Para qué serviría hacerlo? ¿Mejorarían las obras mencionadas si sus autores hubieran arreglado esos supuestos errores? En ese caso (y, sobre todo, tratándose de obras de género), ¿se ensalzarían sus virtudes literarias?

No creo que al autor del artículo se le escape que la popularidad o influencia de estas obras no radica en su fijación a determinados estándares narrativos, sean del tipo que sean. El terror (y la ficción especulativa en general, pero creo que el terror en particular), con su intención transgresora, ha estado desde sus inicios preocupado por la dimensión social del ser humano: por su inserción en la comunidad, cuestionando la vigencia de las normas sociales y especulando sobre las consecuencias que dicha dimensión tiene sobre nosotros, ya sea en comunidades grandes, pequeñas o aisladas. No hace falta escarbar demasiado: hay miles de ejemplos al alcance de la mano.

Y es que, precisamente, si para algo sirven los géneros literarios es para, a través de la complicidad del lector, apropiarnos de nuestros miedos, ansiedades, congojas, esperanzas, etc. y manejarlos a placer para provocar una reacción en el lector.

En el artículo se añade que la fantasía de Lovecraft «obsesionada con la carraca simbólica del horror, desprendida de los rigores de la imaginación» está «encerrada en horrores extravagantes que siempre darán menos miedo que el espectáculo de la depredación humana que nos sirven Balzac o Shakespeare».

Bueno. A mí las afirmaciones categóricas me suelen generar desconfianza. Entendemos que el artículo (que tiene parte de razón) hay que leerlo con una «pizca de azúcar» y que ese «siempre» debe aplicárselo a su propia experiencia. En la mía, los horrores de Lovecraft me han proporcionado unas pesadillas exquisitamente superiores a cualquier obra de Balzac o Shakespeare, aunque, desde luego, nadie en su sano juicio usaría esta vara para medir la calidad ni la influencia de ninguno de estos autores.

Seamos honrados: si Stoker hubiera escrito novela realista nadie se acordaría de él. Lo que tampoco quiere decir que haya que escribir terror para trascender: hay miles de autores de terror de los que no se acuerda ni pío. No hace falta escribir como Cervantes, ni pintar como Velázquez, ni componer como Bach, ni cantar como Sinatra, para sintonizar con una frecuencia determinada, la de un momento social o histórico concreto, y crear algo capaz de reflejar de alguna manera el sentir de un zeitgeist. Tampoco será por todos los que lo intentan. Ni creo que Stoker lo hiciera conscientemente. Simplemente le salió así, lo que suele ocurrir con todas las obras de arte. De otra forma se quedan en pretenciosas.

Las obras que cita el articulista puede que no se acomoden a determinados estándares, incluso puede que no sean perfectas de acuerdo con ellos o con otros bien distintos, pero son influyentes porque extrajeron (voluntaria o, sobre todo, involuntariamente) el sentir de una época, los miedos inherentes a un momento histórico, político y social determinado (como el fin del imperio británico en el caso de la novela de Stoker, por ejemplo) y los materializaron en unas ansiedades que fueron reconocidas por su audiencia. Dieron en el clavo.

Al fin y al cabo, la literatura no es más que una forma más de comunicación, y los fantasmas de Poe, Stevenson, Stoker, Lovecraft pueden estar bien orgullosos porque, ¿puede haber mayor expresión del éxito para una forma de comunicación que esta?

Adiós, 2022

No te voy a engañar, 2022, tengo sentimientos encontrados contigo. Has sido un año duro a muchos niveles: casi cuatro meses de alquiler en un piso frío, oscuro e inhóspito; luego una mudanza agotadora que me dejó un dolor en el pie derecho durante tres meses; el acondicionamiento de nuestra nueva casa (que todavía no ha terminado), incluyendo un montaje de muebles del que he salido deslomado (literalmente: un dolor lumbar que todavía me dura); una vuelta a la oficina que me ha alterado por completo las rutinas que ya tenía establecidas; y, como guinda del pastel, un fin de año con positivo de coronavirus justo el día que salíamos para celebrar la Navidad con nuestros seres queridos, planes que hemos tenido que cancelar a última hora.

Pero, a cambio, he podido volver a ver a mis amigos Rodrigo y Miguel (si quiera brevemente), a quienes hacía años que no veía. Y, por primera vez, este año no me ha sobrevenido después esa tristeza, esa melancolía por su ausencia que siempre antes sentía. Puede ser que por fin me esté acostumbrando a esta nueva piel de padre de familia, o simplemente que el tiempo lo cura todo, como suele decirse.

Y también ha sido el año en el que el negocio de traducción especializada que arranqué hace ya tiempo ha empezado a coger inercia, con mucho esfuerzo, incertidumbre, dedicación e interés. La traducción me hace muy feliz. No solo porque sea un trabajo con el que realmente disfruto, sino porque además percibo que se valora y cada día aprendo cosas nuevas, cosas que me interesan.

Y, por supuesto, la nueva casa, o, mejor, nuestro nuevo hogar. Porque estamos adaptándolo a nosotros, a nuestro gusto, y estoy intentando convertirlo precisamente en eso: en nuestro hogar. Un lugar en el que estar a gusto, en el que poder desarrollarnos, en el que poder cultivarnos.

Toda esta actividad: mudanza, trabajo presencial, traducciones, paternidad, etc., han tenido un efecto inevitable en la escritura. Si mi producción antes ya era raquítica, este año se ha reducido al mínimo. La primera víctima ha sido el blog, por supuesto (no dejo de darle vueltas. Me gustaría hacer algo con él. Ya veremos). Pero, a cambio, han salido cuatro relatos de los que estoy muy satisfecho:

-          Allí abajo, en el n.º 20 de la revista Tártarus, que salió en enero de 2022.

-          El hijo pródigo, un relato lovecraftiano sobre Shub Niggurath de que estoy muy satisfecho, aunque no fuera seleccionado en la convocatoria. Necesitará un buen repaso, y no precisamente para recortarlo: hay partes que necesitan más desarrollo y otras que necesitan más clarificación. Hay parte de mí allí dentro.

-          La piedra gris, un relato de terror prehistórico, muy breve, que tampoco fue seleccionado, del que también estoy muy contento. Ese no creo que necesite nada más. Si acaso, me apetecería volver a ese mundo o a esos personajes.

-          La cornisa, un relato de body horror homoerótico que se me ocurrió paseando por Lekeitio durante las vacaciones de verano. El protagonista es un homosexual reprimido y un auténtico capullo, así que no creo que le guste a nadie.

Sigo luchando por terminar El viaje interior (título definitivo ¡por fin!), un largo relato weird sobre el confinamiento. Una cosa muy extraña y también muy personal. Me está costando mucho entrar en el esquema mental que necesito para abordar la última parte. Y estoy deseando terminarlo, porque cuando lo haga empezaré con un proyecto más largo que llevo ya tiempo acariciando, una novela corta de terror rural. Curiosamente fue hace cinco años, exactamente, que se ocurrió esa historia.

Además, en los últimos días de este año he retomado la escritura de un diario. La verdad es que hacía tiempo que le daba vueltas a la idea. Creo que me puede ayudar a superar el último periodo de sequía escritoril que estoy padeciendo, para encontrar la motivación necesaria. Por ahora, estoy contento con los resultados. Va sin frecuencia fija, pero sí constante.

El año también ha dejado unas cuantas lecturas muy interesantes, y algunas películas también. No se trata de glosar aquí lo mejor, ni las obras maestras, ni hacer listas, sino enseñar a quien le interese lo que me ha llamado la atención entre todo ello. Aquí están, con una o dos frases para cada una:

Lecturas:

Helpmeet (Naben Ruthnum. Undertow Publications): un body horror de época, espléndidamente escrito y tremendamente inquietante.

Al faro (Virginia Woolf): Una gozada de principio a fin, inolvidable, sugerente y magistral.

Grotespunk (John Tones, Applehead Teams): Tres relatos que van creciendo hasta desembocar en un desolador new weird levantino en primera persona que no quería que se acabara nunca.

Ghost Story (Peter Straub): Una obra escrita de manera muy consciente desde un momento y un lugar precisos y, sin embargo, muy actual, con varios niveles de lectura, atmosférica, detallista, desbordante y excesiva. Un clasicazo.

On Writing (Stephen King): creo que la descripción de su accidente, en la segunda parte del libro, es lo mejor que King ha escrito nunca.

Ghoul (Brian Keene): ¡menudo descubrimiento la figura y la obra de Keene! Inspirador y motivador.

The Pickwick Papers (Charles Dickens): un viaje a un tiempo, a un lugar y a unos personajes únicos, y con un estilo acojonante.

Occultation (Lair Barron): otra fantástica antología de relatos poblados de personajes atormentados, entidades atávicas y la naturaleza imponente del Pacífico Noroeste en los EE. UU.

Something Wicked This Way Comes (Ray Bradbury): qué decir de la obra maestra de Bradbury que no se haya dicho ya.

The Elementals (Michael McDowell): una novela de terror sureño y mansiones ominosas que deja varias imágenes memorables.

Hell House (Richard Matheson): El Everest de las novelas de casas encantadas.

The October Country (Ray Bradbury): quizá sea mi colección de relatos terroríficos favorita.

Relatos de Conan de Robert E. Howard: voy picoteando entre novela y novela los relatos de Conan de Howard, por orden cronológico. Generalmente los disfruto un montón, salvo cuando se pone a describir batallas, que cómo le gusta alargarse al muchacho. Este año me ha entrado un antojo de hincarle el diente a la fantasía oscura y pensé que esta era una buena forma de dar mis primeros pasos en el subgénero.

Películas

Halloween 4 (El regreso de Michael Myers): como buen purista que soy nunca me habían interesado las secuelas de Halloween más allá de la tercera, pero aquí me ha sorprendido una película notable que hace gala de una gran fotografía y una aproximación estética cercana a La matanza de Texas para renovar la franquicia con muchos aciertos y un final estupendo.

La abuela (Paco Plaza, 2021): creo sinceramente que es una de las grandes películas de terror de la cinematografía española.

Ad Astra (James Gray, 2019): una enormidad de cine de ciencia ficción en todos los aspectos.

Muertos y enterrados (Dan O Bannon, 1981): ¿cómo es que no me había enterado yo antes de esta peli? ¡Es una gozada!

The Howling (Joe Dante, 1981): lo sé, la tenía pendiente y soy lamentable por ello. Ese arranque, con ese montaje, me ha parecido maravilloso.

The Funhouse (Tobe Hooper, 1981): puta obra maestra. ¿La mejor peli sobre ferias después de Freaks?

La matanza de Texas 2 (Tobe Hooper, 1986): más grande, más loca, más bestia, más de todo.

The Gate (Tibor Takács, 1987): una joya sobre la infancia llena de ensoñación y sentido de la maravilla.

The Descent (Neil Marshall, 2005): hay alguna escena que me produjo tanta claustrofobia que llegué a plantearme pararla.

Point Break (Kathryn Bigelow, 1991): qué pedazo de directora y qué pedazo de secuencias de acción que te dan ganas de verlas en bucle todo el rato sin parar durante el resto de tu vida.

De origen desconocido (George P. Cosmatos, 1983), o la peli de la rata: qué montaje y qué bien contada una historia tan aparentemente sencilla, pero rebosante de subtexto.

Night of the Comet (Thom Eberhardt, 1984): peli ochentera apocalíptica llena de estilazo y centros comerciales desiertos, que eso mola siempre mogollón.

No One Gets Out Alive (Santiago Menghini, 2021): ¡por fin me dan miedo unos fantasmas! Y el puto bicho imposible ese del final se merece todos mis aplausos y mil reverencias. Y el edificio es muy agobiante.

Ginger Snaps (John Fawcet, 2000): interesantísima peli de maldición lobuna que marcó un hito por los temas tratados y por su punto de vista.

Titane (Julia Ducournau, 2021): qué cosa más perturbadora, por Dios.

Mandy (Panos Cosmatos, 2018): qué huevos tienes, Panos. ¡Qué huevos!

Dark Night of the Scarecrow (Frank Fe Felitta, 1981): el plano final más inquietante del cine de terror. Aunque el resto de la peli no se queda corto. Una gozada en todos los sentidos.

Wolfen (Michael Wadleigh, 1981): Profética. Hipnótica. Magnética. ¿Qué diablos pasó en 1981?

Por un puñado de dólares (Sergio Leone, 1964): la primera peli de la Trilogía del dólar (que vi en mi más tierna infancia y me impresionó profundamente) no defrauda: frases lapidarias espetadas con el ceño fruncido y malos sudorosos y viperinos.

Otras cosas:

The Dark Word, el podcast de Philip Fracassi con entrevistas a autores y autoras del género en lengua inglesa, me ha encantado. Una pena que no haya renovado más temporadas. Hasta ahora, mi episodio favorito (aún no los he escuchado todos) es el de Alma Katsu sobre la documentación.

Me he marcado la firme resolución de retomar la lectura de comics, que he ido dejando por la sencilla razón de que se me olvida hacerlo (la edad, supongo). He empezado por terminar la serie de Alabaster de Caitlín R. Kiernan, que tenía a medias y me ha en-can-ta-do. Quiero más cosas de Dancy Flammarion así que tendré que zamburllirme en sus novelas y relatos. Por favor, señores dueños de las plataformas, hagan una serie de esto: es una puta pasada.

Siguiendo con las series y con la América profunda, Hap & Leonard (en filmin) es una chulada superrecomendable procedente de las novelas de Joe R. Lansdale.

Archive 81: nadie se acuerda ya de esta serie de terror lovecraftiano de Netflix, adaptación de un gran podcast de ficción. Una lástima, porque, aunque los dos últimos capítulos parecen pertenecer a otra serie distinta, los seis primeros son una absoluta maravilla de terror extraño, soterrado y lleno de sutilidad que incluyen una de las mejores sesiones de espiritismo jamás filmada y que, pese a la decepcionante aparición del monstruo, funcionan todos como un tiro hasta el apoteósico final del sexto episodio en el que se rompe la cuarta pared.

Curb Your Enthusiasm: imposible no partirse de risa con el genio de Larry David. Mis carcajadas se oían desde la calle. Me ha hecho más llevaderos algunos días jodidos, así que tenía que estar aquí. La mejor serie de comedia que yo haya visto.

Primal: es increíble lo bien que funciona una serie de animación sin diálogos sobre un cromañón y un T-Rex haciendo el bestia. Queremos más.

El Gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro es un regalo de puro amor al género y deberíamos estar todos agradecidos de que hoy en día se produzcan cosas así. El último episodio, The murmuring, de Jennifer Kent (directora de Babadook), es una obra de arte.

Logia 49: la segunda temporada de esta serie de Jim Gavin sigue el nivelón de escritura de la primera y yo solo quiero quedarme allí a vivir y contagiarme una poca de la ingenuidad de Sean “Dud” Dudley. Que no la renovaran es uno de los grandes fracasos de esta cultura de mierda que estamos construyendo. Déjate de soplapolleces de dragones y baby yodas: una de las mejores series que podrás ver, con gente real con problemas reales y una mirada certera y llena de vitriolo sobre la vergonzosa crisis de 2008 y el cambio de paradigma que esta supuso para la economía y la sociedad (y que, lamentablemente, no parece tener vuelta atrás). Por cierto, la selección musical es acojonante y hay una playlist en Spotify con todos los temas que me tiene enamorado.

Pero puede que en apartado audiovisual la obra que me ha parecido más interesante haya sido el ciclo de vídeos sobre The Backrooms de Kane Pixels que descubrí gracias a un tweet del autor Francisco Jota Pérez. La factura es impecable, son puro terror liminal y un pedazo de idea que llega a abrazar lo inquietante como pocas veces yo he visto.

Terminamos el año con algo que venía queriendo hacer desde hace tiempo: ver la serie clásica de Ghost Stories for Christmas de la BBC combinando cada episodio con la lectura del relato en el que se basan. Está siendo una experiencia muy disfrutona, no solo por el descubrimiento de la prosa de Montague Rhodes James, de quien no creo haber leído nada antes, o los episodios de la serie, que son fantásticos (y cada uno mejor que el anterior, salvo por el primero que es un Puta Obra Maestra), sino sobre todo por la expectación previa que cada lectura me genera: primero me leo el relato, normalmente la noche del día de antes, y al día siguiente veo el episodio correspondiente; pues bien, me he dado cuenta de que una de las cosas que más disfruto es la expectación acerca de cómo será adaptado el relato a la pantalla. Me hace imaginar y repensar el relato, y después me hace fijarme en las decisiones tomadas en la adaptación, los cambios introducidos, las actuaciones, los personajes, cómo se construye la narrativa… Aunque los primeros episodios son bastante literales, a medida que avanza la serie los guiones se van haciendo más complejos, añadiendo capas (motivaciones, personajes secundarios, etc.) en un trabajo de adaptación de una calidad enorme y que me parece digno de estudio y muy inspirador.

Pues eso es todo. Así ha transcurrido este año veleidoso. Al fin y al cabo, podría haber sido peor, ¿verdad? Vamos a por otro. ¡Feliz año nuevo, gente!

Os dejo con una foto de la nueva y flamante librería que hemos montado en el salón de nuestro nuevo hogar.