Lemanómetro de marzo: primavera

Hace ya más de un mes que no recopilo todo lo que ha ido pasando por mis manos. La verdad es que el mes de febrero se ha desvanecido como un suspiro y ya nos estamos adentrando en la primavera. Por lo menos, esa es la sensación que tengo al ver pasar el día desde las ventanas de la Torre: amanece antes, el sol gana altura y la luz adquiere una claridad y un brillo nuevos; apetece pasar más tiempo fuera de casa, pero obligaciones diversas nos lo impiden, además de una pandemia que se ha llevado por delante a 2,6 millones de personas. A todo esto se añade la próxima apertura de un nuevo bar en el barrio con una inmensa terraza cuyo desarrollo hemos podido seguir atentamente desde aquí arriba, cual jubilados detrás de una valla. Estamos deseando que abran para tener una excusa con la que bajar a la superficie.

En lo que a entradas literarias se refiere, aquí está nuestro tsundoku pendiente. Han entrado más cosillas, porque esto es un flujo que nunca para y seguimos acumulado, pero las dejo para una próxima entrada:

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The Boss in the Wall me decidí a comprarla porque se hablaba muy bien de ella en el reddit de literatura de terror. Veo, además, que estuvo nominada al Locus y al Nebula.

Harvest Home ya está leído. Es uno de los clásicos del folk horror y un libro escrito en los años setenta, en un estilo muy de la época que, por momentos, me recordaba a T.E.D. Klein. El protagonista narra en primera persona la llegada al idílico pueblo de Cornwall Coombe junto a su familia, huyendo de los agobios de la gran ciudad, y su descubrimiento progresivo del tapiz de creencias y relaciones que conforman el pasado, algo más siniestro, del lugar. El libro está escrito recreándose en los detalles que caracterizan pueblo, habitantes y costumbres, teniendo todos y cada uno de ellos una función en la trama. La primera mitad es una delicia y me dejé abandonar en esa aldea bucólica que se quedó anclada en el pasado, gracias el ritmo pausado y el estilo invisible del autor que, como si de un paseo fluvial se tratara, avanza lenta e inexorablemente hacia la torrencial desembocadura final, en la que la prosa de Tryon se regodea en todos los detalles de un clímax ritual para cerrar limpiamente la novela con una coda desoladora que incluye una pincelada sardónica.

Algunos otros libros de este tsundoku ya están siendo hojeados en pequeñas dosis, así que probablemente aparecerán por aquí en un futuro no muy lejano.

Entre las películas que han pasado por la Torre, ha habido agradables sorpresas y alguna que otra decepción. No os aburriré con las segundas:

El regreso de los muertos vivientes es la continuación que en 1985 Dan O’Bannon hizo del clásico de Romero, aportando un aire muy fresco que, en mi opinión, le vino muy bien para diferenciarse de la otra rama que seguiría Romero y mantenerse vigente durante décadas. Es una película cachondísima con un guión lleno de frases memorables (homenajes a la original incluidos) y unos efectos especiales sorprendentemente buenos. Un clásico.

Goodnight Mommy es una película austríaca ejecutada con mimbres de arte y ensayo sobre dos hermanos gemelos y una madre equívoca aislados en una casa en medio de la naturaleza. Podríamos simplificar y resumirla en un El otro versión moderna, porque tampoco cuenta nada nuevo y el giro se ve venir. Pero contiene ideas muy interesantes que no acaban de estar exploradas del todo, como la evocación de arquetipos (madre, doble, doppelgänger) acrecentados por esa ambientación en un hogar de líneas modernas que recuerda por momentos al cine de Lynch, o la influencia del pasado, que se queda solamente en una base para especular. Tampoco explora con decisión la naturaleza equívoca de la madre que, por breves instantes, me recordó a la del relato Madre de Philip Fracassi (de su antología Contemplad el vacío). Son decisiones narrativas que se alejan del género para mantenerse a toda costa en el arte y ensayo, en una recreación demasiado fría del cine de Haneke. La música de Olga Neuwirth aporta un acertado nivel de ensoñación a la historia.

Cuento de Navidad, de Paco Plaza es una historia que evoluciona por retorcidos meandros, con un comienzo maravillosamente cutre que se justifica totalmente al final, y que está muy bien escrita. Además, sale Loquillo interpretando a un héroe de acción cutre: ¿se puede pedir más? Sí: se queda uno con ganas de haber pasado más tiempo las atracciones de ese parque abandonado, porque los parques de atracciones son lugares fascinantes que creo que se han utilizado muy poco.

Navidades negras (Black Christmas), de Bob Clark es una precursora del slasher que se me había pasado desapercibida (tampoco es que yo sea un gran fan de ese subgénero). No obstante, es una magnífica película cuya historia parte de una leyenda urbana. Tiene pulso y una fotografía imponente. Creo que es una película fundamental para los amantes del género y poco reivindicada.

Testigo silencioso (The Silent Partner) es un thriller canadiense de finales de los 70 sobre el juego del gato y el ratón que un avispado empleado de banca emprende con un atracador. El recientemente fallecido Christopher Plummer hace una interpretación entregada de un tipo asqueroso, pero asiste atónico al despliegue de contención y empatía de Elliot Gould, interpretando a un tipo anodino que cuando empieza a saltarse las normas empieza a convertirse en un imán para bellas mujeres. En la Torre ha gustado mucho; ya no se hacen pelis así.

Estos son los condenados es una obra de Joseph Losey para la Hammer, hecha a rebufo del éxito de El pueblo de los malditos, que trasciende las limitaciones del blanco y negro para contarnos una historia desoladora y melancólica, con personajes que buscan infructuosamente la redención a través de diálogos inteligentes, muy autoconscientes. Dicen que es precursora de La naranja mecánica en su plasmación de la violencia juvenil, pero ese es un aspecto que para mí queda de lado junto a todo lo demás que ofrece la película. Una obra maestra de la ciencia ficción terrorífica que volveré a ver con toda probabilidad.

Por último, mencionar el atracón que me di a El tercer día, la serie de Richard Kelly (el creador de Utopía para Channel Four) con un esforzado Jude Law en medio de una historia de folk horror, incluyendo las doce horas en plano secuencia emitidas en directo por Sky Arts, que se pueden ver en esta página y en esta otra página de Facebook.

Quien se atreva a acercarse a esas doce horas comprobará que no es una narración al uso, sino una inmersión bastante atmosférica en una serie de preparativos y rituales, sin apenas diálogos y poniendo a prueba su paciencia, que solo se verá recompensada si uno se enfrenta a ella de manera contemplativa. De conseguirlo, tendrá el privilegio de asistir a una serie de cuadros de una belleza extática, pintados con una gama metálica y ocre, en los que el espectador se cuestiona constantemente cuánto hay de realidad y cuánto de teatralidad en el comportamiento de los personajes, que se entregan a una representación bastante realista del calvario y muerte de su dios, llena de influencias de la tradición cristiana (a mí varios momentos me recordaron las procesiones de Semana Santa de nuestro país). También se percibe sin mucho esfuerzo el trabajo profundo en el folklore inventado de la isla, que toma dioses y elementos muy realistas de tradiciones celtas, pero que nunca se acaba de explicar del todo, dejándole a uno con ganas de saber más. Nuestro esforzado Jude Law atraviesa en este calvario simulado distintas pruebas relacionadas con los cuatro elementos (por otro lado, muy presentes en toda la obra), ya sea una última cena sumergido en el mar hasta las caderas, el extenuante cavado de su propia tumba, la metafórica crucifixión sobre un mástil a merced del viento o la redención final a través del fuego, en un final algo equívoco que no acaba de conectar con el resto de la serie, ni en espíritu ni en argumento.

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Por el camino, no obstante, habremos asistido a momentos llenos de sugerencia, con una narrativa elusiva que permite poblar la imagen de nuestras reflexiones o simplemente contemplar su belleza, como el arranque ominoso por la calzada serpenteante que conduce a la isla, la procesión recorriendo el campo abierto bajo un cielo cuajado de nubes de cualidad pictórica, o el enloquecido baile final, con los aldeanos agitándose en un trance que remite irremediablemente al zombi o al infectado moderno.

En definitiva, Autumn es una experiencia inmersiva para saborear con otros ojos, dejándose llevar, y que, en su retrato de una isla que se aísla para celebrar sus tradiciones, está bastante más cerca de la actualidad de lo que pudiera uno pensar. Para quien quiera saber más, dejo aquí una entrevista a los creadores, y aquí un artículo sobre la emisión en vivo.

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En cuanto a la escritura, mi ritmo lento pero constante me ha permitido llegar a alrededor del 75% de una historia más larga de lo habitual sobre el confinamiento del año pasado, filtrada bajo el prisma del terror extraño y el enrarecimiento de la cotidianeidad. Necesitará revisiones varias, pero en general estoy contento con ella. La voy a tener que dejar en pausa durante unas semanas para atender las prácticas de un curso de escritura de género en el que me he metido, y una convocatoria para la que ya tengo algunas ideas que me apetece mucho escribir.

Sin más por el momento, se despide el morador de la Torre.

Y no lo olvidéis: os seguimos vigilando.