Una vez más, ha transcurrido más de medio mes sin darme apenas cuenta y una vocecilla en mi cabeza me recuerda la cita periódica:
—Ay, Bernard, Bernard, ¡otro mes más que te abandonas a la indolencia! ¿Te has dado cuenta de estamos llegando al final del mes de enero y tú aún no has hecho el tsundoku de diciembre para tus followers?
—Lo sé, lo sé, ¡maldita sea! El tiempo se me escapa entre los dedos como un Blandi Blub de marca blanca. Por cierto, Madre, que jamás imaginé oírle a Usted decir eso.
—¿El qué?
—Ya sabe, Madre, eso de los followers...
—Yo tampoco, hijo mío, yo tampoco: los caminos del Señor son inescrutables. Para todos. Fíjate, yo misma, sin ir más lejos, convertida aquí en una marioneta de ficción al servicio de un autor pusilánime.
—Oiga, Madre, tampoco se pase Usted. Y no se me ha olvidado el tsundoku. Es que no tengo tiempo…
—No tienes tiempo, ya. Seguro. ¿Acaso no piensas en tu presencia online? ¿Qué va a ser de ella si no mantienes un blog como Dios manda?
—La verdad, Madre, es que cada día me arrepiento más de haberle regalado a Usted un iPhone…
—¡Qué sabrás tú, si fuiste un error de planificación?
—Joder, mamá.
—¡Niño! ¡Un respeto con tu Madre, leñe! Bueno, ¿vas a ponerte a escribir de una vez o qué?
—Pero si estoy en ello, Madre, ¿es que no lo ve?
—Pues no, no lo veo, no; yo sólo veo lo que quiero ver, como todas las madres del mundo, que pareces tonto a veces, hijo mío. A ver, ¿sobre qué libritos de esos que no paras de comprar vas a escribir ahora?
—Pues mire, de este diccionario inglés-español. Llevo meses queriendo comprar uno bueno. He buscado por todos lados y he llegado a la conclusión de que el de Oxford es el mejor.
—Ya, ya. Menudo tocho. A saber dónde lo ponemos.
—Pues eso no es nada, Madre. Mire este otro: “La gramática descomplicada”. Un manual de gramática, nada menos. Llevo un tiempo queriendo adentrarme en la materia y este parece un manual accesible y entretenido, porque la gramática muy divertida no es.
—¿Gramática? Pero ¿qué pasa contigo, hijo mío? Todas esas mañanas llevándote al colegio ¿para qué leches sirvieron? Si es que eres un cabeza de chorlito, leñe: siempre lo había sospechado, pero ahora me doy cuenta.
—Claro, Madre, claro. Pero fíjese en esta otra estupenda adquisición que le traigo aquí: un manual de traducción lleno de ejemplos prácticos, lo que ya es una rareza de por sí, porque es casi imposible encontrar un manual de traducción que no se pierda en masturbatorias teorías lingüísticas. A mí, que no tengo estudios de traducción, me va a venir muy bien.
—Ya. Otro librito para coger polvo durante años. Menos mal que este es pequeño.
—Pues espérese al siguiente, Madre: un tocho de 530 páginas con las escenas eliminadas de Drácula. Es el libro del mes del Club de lectura de Dentro del monolito. Por cierto, ahora que lo pienso, del libro de Stoker tengo una edición de Anaya del año la tana… quizá debería comprar esa edición fabulosa de 544 páginas de Reino de Cordelia que salió hace poco...
—¡Ni hablar! ¡Quita, quita! ¡Déjalo ya, desgraciado! Que no haces más que amontonar libros que no te va a dar tiempo a leer ni en tres vidas seguidas. Parece que no hagamos nada más que apilarlos, uno encima de otro. ¡Qué desastre, Señor! ¡Qué desastre! ¿Qué hacemos, a ver? ¿Qué hacemos?
—Pues nada, Madre ¿qué quiere que le hagamos si yo no lo puedo evitar? ¡Seguimos acumulando!