La afición al Horror es algo que no se puede negociar, ni discutir; simplemente forma parte de tu naturaleza y la aceptas como una curva más de tu rostro. Cuando, además, la abrazas, empiezas a disfrutar de ella como un vicio oculto, porque sientes ante determinadas experiencias un placer que es inexplicable para la mayor parte de la gente que te rodea.
Esta pulsión te lleva a consumir obras del género en distintos formatos, de las que disfrutas en menor o mayor medida, en función de la pericia del autor o de las infinitas variaciones el gusto personal. A medida que vas cultivando ese vicio, vas alejándote del camino principal de la cueva del Horror, explorando sus retorcidas galerías, adentrándote en sus recovecos más profundos, y lo memorable deja de ser lo simplemente tenebroso y comienza a ser lo extraño: la forma retorcida de una piedra o el brillo apagado de una traza de cuarzo, que no debería estar allí, que nadie puso con esa intención, pero que perdura en tu recuerdo al alcanzar la salida.
Uno ha visto toda clase de películas del género este año, desde adaptaciones de King a infames series B de barcos-fantasma, pero, pensando en ello, una las obra más inquietantes que me he echado al coleto probablemente haya sido el documental de Netflix sobre la Maratón Barkley.
A la carrera Barkley la llaman maratón porque no hay otro nombre más bestia que ponerle. La carrera es algo así como cuatro maratones seguidas a lo largo de dos días en un sitio en medio de ninguna parte llamado Frozen Head en Tennessee, EE. UU. Hay un tiempo límite para completar los cuatro circuitos, cuyo recorrido atraviesa varios bosques, un túnel bajo una prisión, montañas y riachuelos. El trazado es secreto y los corredores lo tienen que ir descubriendo localizando una serie de señales escondidas en el terreno. Sobra decir que sólo un puñado de seres humanos ha conseguido terminar semejante suplicio.
El caso es que, según avanzaba por el metraje del documental, iba vislumbrando, entre las duras imágenes de la carrera o las entrevistas a los corredores, algo profundamente siniestro en todas esas personas atraídas como moscas al panal de esta carrera elusiva, rodeada de secretos, que ni siquiera tiene una fecha fija: almas impulsadas por el deseo de llegar más lejos, que han alcanzado los límites de su disciplina y necesitan enfrentarse a mayores retos, al extremo de sí mismos, a mirar a la cara al abismo de sus certezas. Encuentro algo profundamente siniestro en la competición extrema entre estas personas; en las estrategias para destacar por encima del resto en dichas condiciones; en la desorientación que sufren en medio de esos bosques inmensos, en las interminables extensiones de territorio repetitivo, solos frente al silencio del bosque, a la noche impenetrable, a la densidad aplastante de una niebla fantasmagórica. Encuentro algo profundamente siniestro en el cansancio de los corredores que, a partir de la cuarta vuelta, después de dos días corriendo sin parar, sin dormir, empiezan a sufrir alucinaciones, y la permanencia en el dolor les impide sentir el dolor mismo*. Encuentro algo profundamente perturbador en la figura de Gary “Lazarus Lake” Cantrell, el caprichoso creador de la carrera, en su mirada socarrona y segura, en su determinación y en su capacidad para atraer a estos seres ambiciosos hacia esta trampa de sufrimiento y dolor, como uno de esos maquiavélicos personajes de una película de terror de los años treinta.
Quizá el documental de Netflix no sea una película de terror, pero a mí me dio miedo. Más miedo que la mayoría de las películas creadas con el ánimo de producirlo.
Véanlo, si se atreven.
*Precisamente, Stephen King escribió en 1979, con el pseudónimo de Richard Bachman, aquel libro, La larga marcha, que narra una prueba extrema en un contexto de distopía de ciencia-ficción, con algunas semejanzas con la carrera Barkley. Ese libro fue integrado en la colección “The Bachman Books” en 1985, durante la plenitud de la carrera de King. Curiosamente, la Barkley Marathon se creó al año siguiente, en 1986. La huida de James Earl Ray de la prisión cercana, que dio la idea a Gary “Lazarus Lake” Cantrell para la creación de la carrera, aconteció en 1977.
PIE DE FOTO: Fotografía del artículo de Squire sobre la carrera, por Alexis Berg.