Cuanto más corto es un relato, más difícil de escribir parece: concentrar una historia en unas pocas palabras, y que resulte memorable, que nos llegue, que nos emocione o toque algo en nuestro interior. Hacer todo eso en unas pocas palabras exige enorme capacidad de síntesis y conocimiento profundo del arte narrativo.
Y, sin embargo, la propia extensión del texto puede contribuir a magnificar su impacto.
Una buena muestra de ello la dio el autor Santiago Eximeno en su charla “Emotivo y grotesco” para el evento Cerbero Madrid del pasado 17 de mayo. En ella leyó su microrrelato Amor de madre. Su argumento, creo, da perfectamente para una historia más larga, mucho más larga, tan larga como queramos, en la que se podrían introducir puntos de vista diversos, provocar emociones, complicar la trama. Incluso da para una novela (o, ya que te pones, para una trilogía young-adult).
Sin embargo, al condensar el relato en esas pocas líneas y estructurarlo de esa manera, el impacto es mucho mayor, como un mazazo. Ese final tan injusto, tan emotivo, y al mismo tiempo tan comprensible, resulta brutal.
Elegir la extensión puede ser tan importante como eso.
Pero sacrificar extensión es algo muy difícil, incluso doloroso. Es algo que preferiríamos evitar y a lo que no todos estamos siempre dispuestos.
Ojalá tuviéramos una aplicación o una hoja de cálculo que nos resolviera la gran pregunta: ¿cuál es extensión idónea para cada historia?