Grimlers, arañas, cementerios, panteras, sauces, pescadores y una Diosa. Todo eso, y mucho más, desfiló ante mi enfebrecida mirada entre el julio y septiembre pasado. Aquí la crónica de mundos y seres extraños.
La esposa de Alan Smithee quiere tener hijos. Él no. Por eso, la naturaleza le da una formación intensiva en cómo tratar con pequeñas criaturas ruidosas, hambrientas y alborotadoras. La cosa termina bien, y por el camino, deja unos cuantos razonamientos antológicos sobre el gremio:
Me lo he pasado estupendamente con este libro. Me ha hecho reír en momentos difíciles. Muy recomendable.
Arañas de Marte, de Guillem López, está, casi, en el polo opuesto. Escrita en tiempo presente, entre sus páginas pululan los agujeros negros. Los hay en el cerebro de la protagonista, como los hay también en el suelo de su casa, en el armario, o en el fondo del mar. Pero los agujeros negros no sólo actúan como potente metáfora, sino también como un lugar para esconderse: ella está escapando de las arañas de Marte.
Es una de las realidades diversas en que se fragmenta la novela. ¿Hay que creerse ésta? ¿Hay que creerse alguna otra? ¿hay que elegir siquiera una de ellas? Quizá no haya que creerse ninguna, quizá no haya motivo ninguno para elegir. Quizá baste con quedarse con el poso dejado por el profundo retrato de una personalidad herida. Porque, a través de cada una de las realidades vamos añadiendo capas a Hanne, a su pasado, a sus futuros posibles. No hay respuestas fáciles. Valiente, y orgánica, es una obra de un autor en la plenitud de sus facultades.
La revista Presencia Humana, editada por Aristas Martínez con un atractivo diseño, es un objeto imprescindible en la colección de este aficionado al weird. En su tercer número tenemos el alucinante ensayo Gótico de Suburbia, de Daniel Ausente, sobre la trilogía de filmes demoníacos iniciada con Suspiria, de Dario Argento, y el infeccioso La guerra de las máquinas, de Victor Nubla sobre el grupo performance Survival Research Laboratories. También buenos artículos de Ángel Luis Sucasas y Servando Rocha. Pero no sólo de ensayística vive el weirdo. También contiene varios relatos, entre los que yo destaco, por su poder sugestivo, Una casa frente al cementerio, de Jon Bilbao, que creo que es uno de los mejores relatos de terror que yo he leído. Ayer descubrí el subgénero fosco, y creo que este relato podría encuadrarse dentro de él. Gólgota, de Matías Candeira, me ha dado bastante mal rollo, y está escrito divinamente. En resumen, autores importantes y material de primera. Droga dura extraña con calidad garantizada.
Me ha gustado mucho la revista Tantrum, que en su segundo número contiene 4 relatos de género. Todos de buen nivel. El diseño es pequeño y atractivo. Muy recomendable.
La increíble historia de Mara y el sol que cayó del cielo, de Abel Amutxátegui, es un libro infantil que cuenta una historia diferente, de una forma diferente. Es la historia de una niña que un buen día se arma de valor para afrontar las consecuencias de sus palabras. Mara emprende un largo viaje en el que se enfrentará a sus miedos. Por el camino conocerá curiosos personajes, con los establecerá diferentes relaciones, que el autor expone con envidiable habilidad. La definición de estos personajes a través de sus comportamientos me ha parecido muy lograda. La aventura de Mara me ha llevado por caminos que no esperaba. Tiene algo de onírico pero a la vez algo muy real. Un libro sin prejuicios, con un mensaje perdurable.
Terminé El Quijote, después de un descanso de unos meses, con la segunda parte. Poco puedo decir yo sobre El Quijote que no se haya dicho ya, así que me limitaré a exponer dos aspectos que son los que más me han llamado la atención. En primer lugar, la intervención del narrador, ya sea corrigiendo el error que cometió en la primera parte con la pérdida del burro de Sancho, mediante la inclusión de la primera parte en la ficción (la fama acompaña a Quijote y Sancho por donde quiera que van), o mediante la inclusión de la continuación apócrifa (El Quijote de Avellaneda) y las pullas continuas que Cervantes le lanza sin misericordia. En segundo lugar, el cambio de la voz de Sancho, que aun manteniendo su desbocada tendencia al refranero, evoluciona hasta el punto de no ser reconocida por Quijote. Es interesante, y muy ilustrativo, cómo Sancho asume su papel de gobernador a la perfección, en un ejercicio de caracterización que me ha parecido magistral. Probablemente sea eso lo que más me ha gustado de esta segunda parte.
The Bloody Chamber, de mi diosa Angela Carter, es una famosa colección de relatos de dedicados a reinterpretar algunos cuentos clásicos (fairy tales), como Cenicienta, La bella y la bestia, El gato con botas o Caperucita Roja, en clave adulta y moderna y con registro variado, desde la comedia de Puss-in-boots, hasta la poesía de The Snow Child, siendo mis preferidos los de ambiente cargado y decadente (“The Erl King” o “The Lady in the House of Love”). Sobre “The Company of Wolves” dirigiría Neil Jordan una magnífica película años después con guión de la propia Carter. Entiendo que el estilo no sea apto para todos los paladares, pero la prosa siempre es magnífica, llena de ironía, evocación y autoconsciencia. A mí, me pierde. Imprescindible. ¡ANGELA FOREVER!
¿Qué puedo decir que no se haya dicho ya de The Willows, de Algernon Blackwood? Es un clasicazo del terror moderno. Una de las obras más importantes de la literatura de terror. Su influencia es ineludible. Cambió el género para siempre. Introdujo con plenitud de técnica y estructura, un nuevo universo: el universo de lo extraño. Es una crónica meticulosa de la inmersión gradual, imparable, de los dos protagonistas en lo desconocido. No saldremos del libro conociendo mucho más, sino, probablemente, con más preguntas que cuando entramos. En un giro de resonancias bíblicas, el compañero del protagonista enuncia que nombrar es dar vida: “[...] because what one thinks finds expression in words, and what one says, happens”. Y con este recurso el autor consigue impregnar la historia de una opresiva sensación de amenaza, sin desvelar mucho del antagonista. Es un recurso muy bien utilizado, para cuyo funcionamiento el punto de vista es vital. Es una novela con un ritmo pausado, y a veces no es fácil. Pero ese ritmo es necesario para llevarnos al lugar que es su objetivo último: el weird, ese weird fascinante y temible del que el género ya no pudo apartar la mirada. Desde entonces, ya nada volvió a ser igual.
John Langan ha construido The Fisherman con piedra clásica y argamasa weird. El diseño, en cambio, es el de una muñeca rusa. Nos sumergimos en Abraham, el protagonista, con una voz imponente, casi apabullante. Una voz en proceso de reconstrucción tras la devastación íntima, que encuentra cierta redención a través de la pesca. Como el Ahab de Moby Dick, los personajes han sido partidos por una herida que jamás se cerrará. Una fisura que marca un antes y un después en sus vidas. Después de la herida, en el ahora, ya no se vive igual. No hay vuelta atrás. Esa consciencia duele. Esa pena empapa toda la novela. De principio a fin, como el agua omnipresente. Y conduce a los personajes a ese Arroyo del Holandés (Dutchman’s Creek), un lugar oscuro y legendario, un Pet Sematary abstracto, donde todos encuentran lo que andaban buscando. De ambientación única, inmersiva e inolvidable, destaca la oscura y lluviosa mañana en la cafetería que da paso a la otra historia, la historia dentro de la novela. La historia de El Pescador, Der Fischer. Cuando ésta termina, el libro ya no tiene retorno, como si fuera otra herida dentro de la propia novela. No hay vuelta atrás. Der Fischer aboca a los personajes al descubrimiento de lo prohibido, y cuando viajan a ese lugar extraño, ese bosque oscuro, lleno de valles, pendientes y arroyos, intuimos un pasado atávico y poderoso. Un pasado oculto. Retazos de algo terrible.
La obra tiene un ritmo pausado. La narración se va cociendo lentamente, como un buen guiso, delante de nuestros ojos. Yo la he disfrutado así. Paladeándola. Es un libro al que seguro que volveré. Un clásico absoluto.