He empezado el año leyendo El Quijote. Por fin. Nunca parecía encontrar el momento adecuado. Pero ya no puedo eludirlo más.
Quería compartir dos cosas que me han sorprendido del primer capítulo. Sí, el del “En un lugar de La Mancha”. Son dos elecciones que no me esperaba en una novela de 1605 y que dicen mucho, creo, de la atemporalidad de la obra y del nivel de Don Miguel.
En primer lugar, me llama la atención que la descripción del protagonista es en su mayoría mental. Nos cuenta un poco cómo es física (enjuto, recio) y psicológicamente (ocioso, dejado). También nos cuenta un poco qué hace (limpia las armas, se fabrica una celada). Pero, sobre todo, nos cuenta qué es lo que piensa. Y abunda en ello: cómo se vuelve loco leyendo, cómo elige su nombre o el de su caballo, qué proyectos quiere emprender, qué piensa hacer. Se esfuerza en contarnos sus pensamientos, y el personaje queda así definido más por lo que piensa que por lo que es. Esto me parece algo muy especial y creo que lo comparte con otros grandes personajes literarios.
Segundo: el capítulo acaba en un maldito cliffhanger. Estaba deseando leer el siguiente en cuanto terminé el primero. ¿Porqué? ¿Cómo es posible esto en un libro de 400 años? Porque, después de contarme que hay un tipo que se ha vuelto loco y ha cogido las armas, y justo antes de cerrar el capítulo, me dice además que el tipo se ha obsesionado con una moza de buen ver del pueblo de al lado. Vamos, que va a ir a por ella. Toma ya. Y ahí lo deja.
Olé.